La derrota de Kursk durante el verano de 1943 marcó de forma decisiva el fin de la poderosa acción bélica del ejército alemán en oriente. En julio, Hitler, preocupado por el desembarco angloamericano en Sicilia, retiro algunas fuerzas del frente ruso para impedir el avance aliado en Italia: casi todas las mejores divisiones fueron trasladadas a Occidente y la «Operación Citadelle» fue anulada.
En el frente oriental, los generales del Führer trataban con gran esfuerzo de mantener unidas las fuerzas, aunque de hecho se resignaron día a día a ceder al enemigo terreno y un número de vidas cada vez mayor. En los meses comprendidos entre el verano y el otoño de 1943, los combates continuaron con los alemanes defendiendo palmo a palmo sus posiciones y los soviéticos decididos a invadir y reconquistar.
Entre los meses de julio y diciembre, los soviéticos lanzaron una serie de ataques a lo largo de todo el frente oriental es decir, desde Smolensk hasta Rostov. Más exactamente, durante los últimos días de agosto, las líneas avanzadas de su frente se extendieron en dos direcciones: desde el Donetz hacia el sur, a través de Kharkov, hasta Dvina, al norte de Smolensk. Mientras las fuerzas alemanas huían de Orel después de la derrota (18 de agosto de 1943) dispersándose hacia el oeste de la ciudad, los rusos atacaban al sur de Kursk, en la zona de Belgorod.
Aquí había un saliente alemán que protegía el centro ucraniano de Kharkov, ciudad que los alemanes habían tomado a los rusos durante el mes de marzo. Eliminar aquel saliente significaba para los soviéticos poner nuevamente el pie en la ciudad. Belgorod fue enbestida pocos días después del desastre de Orel y, como Orel, tuvo el mismo final. Se ha subrayado siempre que el mando alemán trató de disminuir la entidad de esta nueva pérdida proponiendo un método de defensa elástica mediante el cual se podrían ahorrar vidas humanas y desterrar el peligro de ver sus fuerzas rodeadas de forma masiva. Los soviéticos se dirigieron hacia Kharkov realizando una gran maniobra de envolvimiento.
El 23 de agosto, Kharkov fue liberada por el Ejército Rojo. El 16 de septiembre, los rusos se encontraban a las puertas de Smolensk, al norte, teniendo en el centro a Kiev y atravesando el Donezt por el sur, acercándose al gran recodo del Dnieper. A finales de mes habían llegado a la orilla del Dnieper -ocupado a lo largo de casi todo el curso del río-, y habían tomado Smolensk. Mientras tanto, los alemanes se pusieron a seguro: el Grupo de Ejércitos A se puso a salvo gracias a su cabeza de puente en el Cáucaso, uniéndose al grupo de Ejércitos meridionales de von Manstein para actuar por su ala derecha.
El 6 de noviembre, los rusos, una vez atravesado el Dnieper, liberaron la ciudad de Kiev y penetraron por el sur en el sector presidido por las tropas de Manstein. Para los alemanes era la derrota. Como hemos podido ver, después de la derrota alemana de Kursk y la conquista del saliente de Orel, en agosto de 1943 la nueva ofensiva se lanzó contra el centro ucraniano de Kharkov.
Los rusos se abrieron en arco y realizaron una amplia maniobra para rodear al enemigo: el Ejército Rojo liberó la ciudad el 23 de agosto. Sólo una decena de días antes, el mando alemán había recibido una de las sutiles disposiciones perentorias de Hitler: «Kharkov tiene que ser mantenida a costa de cualquier sacrificio». Para el Führer la ciudad tenía no sólo un valor estratégico sino también simbólico, ya que constituía, junto con Moscú y Leningrado, el triángulo ideológico e industrial del bolchevismo.
Durante diez días, los habitantes de la ciudad intentaron desesperada e inútilmente impedir el cerco. Sólo al final, frente a la evidente necesidad de una retirada, el Führer ordeno la construcción de una nueva línea de defensa que partiendo de Narva, en el Báltico, llegara hasta el Dnieper atravesando Vitebsk y Gomel siguiendo el curso del río hasta Zaporozje y continuando a través de Melitopol hasta el Mar de Azov.
La retirada, sostenía Hitler, si fuera verdaderamente necesaria, se realizaría lentamente salvando el material y deteniendo al enemigo con acciones de retaguardia. Manstein, mientras tanto, tenía que enfrentarse enérgicamente, fuerte en la promesa de recibir refuerzos provenientes de los grupos de ejércitos del Sur y del Centro.
En realidad, la situación se le fue de la mano al Führer: Hitler quiso conservar todo, inmovilizar las tropas en la orilla del Ártico, a las puertas de Leningrado, en los puestos de avanzadilla del Cáucaso, en las islas Egee, pero se le escaparon los detalles. Los movimientos de las tropas eran por fuerza más lentos y la inseguridad reinaba en la retaguardia; se necesitaban decenas de divisiones para limpiar la maleza, divisiones que ya resultaban insuficientes incluso en las zonas más encendidas del frente. Mientras tanto, los soviéticos atacaban por el norte el lago Ladoga, en el centro entre Viasma y Smolensk y más al sur en dirección de Poltava.
La acción se prolongó hasta el medio Donez alcanzando por el sur la orilla del Mar de Azov, en donde entraron en juego los barcos de la flota rusa. La táctica de los soviéticos parecía ser ésta: lanzar contra las líneas enemigas masas de carros y de caballería y, si éstas conseguían romper las comunicaciones con el enemigo, hacer seguir en el ataque a la infantería, la cual se estaba colocando en las posiciones enemigas que habían quedado descubiertas. La táctica era perfecta: durante la segunda mitad del mes de septiembre se ocupó Smolensk y, poco a poco, por el sur fue liberada la totalidad de la región caucásica del Kuban hasta la ciudad de Kremenciug. Esta serie de éxitos propagó en el ejército soviético más entusiasmo que lo que hubiera conseguido una hábil operación de propaganda. En el frente, los soldados rusos gritaban: «¡A Berlín …. a Berlín!».
Por el contrario, estupor y decaimiento, juntos, se propagaron entre las tropas alemanas y entre la población civil. El gobierno del Reich se limitó a emitir varios comunicados oficiales en los que se subrayaba que la marcha atrás de las tropas no era la consecuencia del imparable avance enemigo, sino una retirada querida y programada, que se proponía reducir el frente, que era demasiado amplio, reforzando las defensas; en dichos comunicados, los alemanes aclararon que las ciudades rusas, antes de ser abandonadas por sus tropas fueron reducidas a montones de ruinas (como por ejemplo Smolensk).
En realidad, los generales alemanes estaban preocupados: más allá del Dnieper esperaban poder reorganizar sus divisiones estableciendo una línea de defensa reconstituyendo y reorganizando sus reservas. El 8 de septiembre, Hitler llegó a Zaporozje, al Cuartel General de Manstein, en donde, después de haber escuchado sus argumentaciones sobre la retirada más allá del río, Hitler respondió con una seca negativa. No fue la primera vez en la que Manstein y Hitler disintieron sobre los planes estudiados.
Seis días después, el mariscal de Hitler lanzó una nueva alarma poniendo las cartas sobre la mesa; una vez más, Hitler trató de convencerle de que mejoraría la situación, pero al final fue él quien tuvo que ceder: la masa del grupo sur volvió a pasar por el Dnieper, el grupo de ejércitos del centro se retiró hacia el Soz, un afluente del río, y atravesó Vitebsk para unirse al grupo de ejércitos del norte, que permaneció en sus posiciones. Hitler no sacrificó Carelia ni la avanzadilla de Leningrado por miedo a las repercusiones políticas que ello podría tener sobre Finlandia; nada se vio comprometido, ni siquiera Crimea, cuya pérdida provocaría la pérdida de Rumanía.
El 61 Ejército se separó del grupo de Manstein y se unió al de Kleist: tenía la nueva y nada fácil misión de conquistar la estepa de los Nogai (¡el frente era de 150 kilómetros!) e impedir el acceso al istmo de Perekop. Comenzó la retirada. Por las cuatro líneas ferroviarias transitaban los convoyes de trenes transformados en fortines móviles para la defensa contra los partisanos. Entre los alemanes se propagó el temor ante el 411 Ejército emplazada en el frente de Voronez, aunque al final, éste consiguió salvarse atravesando el puente de Kiev y Cerkassy.
El 25 de septiembre, la vanguardia rusa llegó al Dnieper entre Zaporozje y Dnepropetrovsk. Una brigada de paracaidistas preparó una cabeza de puente en los alrededores de Kremenciug mientras que una unidad de infantería puso pie en el cinturón de Perejaslav, al sur de Kiev. Al norte de la ciudad los partisanos apoyaron la infiltración de las tropas soviéticas en la zona pantanosa del Pripjat. La maniobra se realizó lentamente. Más allá, sin embargo, detrás de las órdenes categóricas de Hitler, algunas cabezas de puente alemanas se mantuvieron en la orilla izquierda delante de Zaporozje, Dnepropetrovsk, Kremenciug y Kiev, a pesar de que el mando local objetara que se necesitaban muchas tropas y de que debilitaran las defensas del plan fluvial. En el centro, el frente de Kalinin, el 24 de septiembre fue liberado Smolensk y sólo un mes más tarde, los rusos liberaron la gran ciudad de Dnepropetrovsk.
Crimea fue aislada. La nueva e importante batalla se concentró ahora en los alrededores de Kiev: los alemanes se batieron empeñando todas sus fuerzas, pero tuvieron que abandonarla el 6 de noviembre. Los rusos, por su parte, no se contentaron con volver a ocupar la ciudad y se dirigieron más allá, en dirección de la frontera polaca, conquistando Koronster y Zitomir, amenazando Kerson y acercándose peligrosamente a Odessa, en el Mar Negro. Hitler tomó drásticas medidas y ordenó a sus generales que resistieran a ultranza en Crimea, para lo que organizó una potente armada al mando de von Manstein, a quien confió la misión de reconquistar la línea del Dnieper y todos los territorios ucranianos perdidos. Las divisiones acorazadas de von Manstein entraron en acción en la segunda mitad del mes de noviembre consiguiendo algunos éxitos al oeste de Kiev, aunque pronto tuvieron que replegarse; la guerra prosiguió durante el mes de diciembre a pesar del intenso frío, aunque los éxitos que se produjeron fueron únicamente de los soviéticos, quienes invadieron el frente enemigo por la zona de Zitomir, cerca de la frontera polaca.
A finales de año, los rusos habían atravesado el Dnieper, en los alrededores de Kiev, y, por el sur, penetraron en el interior del sector en el que se encontraban las tropas de Manstein. Para las fuerzas alemanas, el futuro estaba marcado: en estos últimos meses de 1943 los alemanes tuvieron que atravesar casi 200.000 kilómetros cuadrados de territorio sufriendo unas pérdidas enormes -se habla de que en sólo cuatro meses contabilizaron casi un millón entre muertos, heridos y prisioneros-. La historia de los combates durante los meses sucesivos es la historia de la derrota de las fuerzas alemanas, empeñadas en defender hasta el final sus posiciones.
Entre los meses de diciembre y enero de 1944, el primer y segundo frente ucraniano irrumpió con sus cabezas de puente en el Dnieper lanzándose sobre los grupos de ejército alemanes de von Manstein y von Kleist y cercando al 11 Ejército Panzer. El avance ruso prosiguió en la dirección de los ríos Bug y Dniest. Mientras tanto, el 12 Ejército Panzer, ayudado por los refuerzos de puentes aéreos, consiguió abrir una vía de escape al sur de Tarnopol, mientras que von Kleist se replegó sobre Odessa abandonando a los rusos muchos contingentes del 61 y del 81 Ejército. El 10 de abril, Kleist se vio obligado a abandonar incluso Odessa debido a que el frente ruso se había extendido en dirección de Odessa, al sur de Brest-Litovsk, en el norte.
Los rusos consiguieron llegar a la frontera con Polonia, a los pies de los Cárpatos, mientras que para los alemanes, la situación en el frente oriental se hizo desesperada. Durante el mes de abril, en Crimea, el 171 Ejército fue abandonado: se vio completamente destruido por las topas del 42 Frente Ucraniano. El 12 de mayo, también Sebastopol volvió a ser soviético. A partir de entonces, el en el camino hacia Berlín se encontraba más abierto que nunca.
La era de los saludos a la victoria
La que en Rusia se denominó «La era de los saludos a la victoria» se abrió el 5 de agosto de 1943, después de la proclamación especial de Stalin, que anunciaba la liberación de Orel y Belgorod. La profunda voz del locutor de radio pronuncio por primera vez frases destinadas a convertirse durante los dos años sucesivos en una «músicas familiar»: «Orden del comandante en jefe supremo Popov al coronel general Koniev… Hoy, 5 de agosto, las tropas supremas al frente de Briansk, en colaboración con las tropas de los frentes occidental y central, han conquistado, después de mantener una dura batalla, la ciudad de Orel.
También hoy las tropas de los frentes de la Estepa y de Voronez han roto la resistencia enemiga conquistando la ciudad de Belgorod». Después de dar los nombres de las unidades que entraron en primer lugar en las dos ciudades, y después de anunciar que desde este momento se denominarían «regimiento de Orel» y «regimiento de Belgorod», por primera vez se radió un mensaje de este tipo: «Esta noche, a las 24 horas del día 5 de agosto, la capital de nuestra Patria, Moscú, saludará a las valerosas tropas que han liberado Orel y Belgorod con doce salvas de artillería disparadas por 120 cañones.
Mi más sincero agradecimiento a las tropas que han tomado parte en la ofensiva… Gloria eterna a los héroes que cayeron en la lucha por la libertad de nuestra Patria. ¡Muerte a los invasores alemanes! El comandante en jefe supremo, mariscal de la Unión Soviética, Stalin». Con pequeñísimas variaciones, ésta fue la fórmula destinada a convertirse en el texto consagrado que Rusia escuchó por la radio más de trescientas veces antes de la victoria final sobre Alemania y sobre Japón.