Overlord o la invasión de Francia fue la operación más crítica y peligrosa de toda la Segunda Guerra Mundial. Fue crítica porque abrió la única ruta por la cual el poderío militar de Estados Unidos podía golpear la Alemania Nazi y terminar la guerra.
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Fue peligrosa porque en una operación anfibia, la derrota puede ser completa. Overlord formó el meollo de la estrategia aliada y de todos los recursos que se le dedicaron; incluso a los japoneses había que dejarlos en segundo lugar. Hasta entonces, se habían intentado tres desembarcos en Sicilia, Salerno y Anzio, contra defensas relativamente débiles y costas sin fortificar, y cada uno había salido por los pelos. En contraste, en Francia todo un grupo de ejércitos esperaba a los invasores al mando nada menos que del mariscal de campo Erwin Rommel, con treinta y dos divisiones listas para la acción, tres más en Holanda y otro grupo de ejércitos con trece divisiones apostadas en el sur de Francia. Las partes vulnerables de la costa francesa estaban defendidas por la «muralla del Atlántico», una formidable línea de obstáculos y campos minados cubiertos por baterías de cañones en emplazamientos de cemento. El desastroso raid a Dieppe de 1942 había demostrado lo distinto que seria romper la muralla del Atlántico que desembarcar en una costa italiana o en un atolón del Pacifico.
Por razones logísticas, la mayor fuerza que los aliados pondrían en tierra en la primera oleada era de cinco divisiones, con seis más que las seguirían en cuanto hubiera espacio para desplegarlas. En consecuencia, había que dedicar todo el ingenio científico y militar a resolver tres problemas muy complejos. El primero era poner las tropas en tierra y a salvo pese a un intenso fuego de artillería. El segundo era conseguir que los tanques y la artillería pasasen las trampas y zanjas que obstaculizaban el avance. El tercero era pertrechar a los ejércitos que ocuparían la cabeza de playa y desembarcar las miles de toneladas de gasolina, municiones y alimentos necesarios. Se tenían que inventar nuevos métodos y armas para la batalla de la cabeza de playa.
Se planeó saturar todo el sistema defensivo con bombardeos aéreos y navales, pero la experiencia demostraba que por más pesado que fuese el bombardeo, sobrevivían suficientes hombres y armas como para exterminar a los atacantes, de modo que se tenía que proveer un apoyo de corta distancia. Esto se logró desembarcando cañones autopropulsados blindados y cañones multi-cohetes. Se equiparon gran número de tanques con «DD», o equipos de flotación, de invención inglesa, que les permitió flotar hasta la playa para ser empleados en la 1ª oleada. No menos importante fue el papel de los tanques adaptados para tareas especiales, que franquearon las defensas tripulados por ingenieros de asalto.
Portaban morteros superpesados para destruir los bunkers de cemento, equipo especial para hacer estallar los campos de minas y rollos de material entretejido, leños, rampas y puentes para construir caminos fuera de la playa. Los cañones luego rodaban en la playa para dar apoyo normal hasta que se desembarcaba el resto de la artillería.
La batalla seria muy dura y no cabía ninguna esperanza de rápidas capturas de un puerto o puertos en funcionamiento: era seguro que sus defensores los inutilizarían. En cambio, se decidió establecer dos puertos en las playas de la invasión. Se llevó una flotilla de buques viejos y se los hundió en grupos para que proporcionasen rompeolas y se construyeron dos puertos artificiales («Moreras») con cilindros flotantes de cemento en el canal.
Se transportó el petróleo por medio de tuberías en las que descargaban directamente los tanques. Más tarde, un oleoducto submarino («Pluto») enlazó directamente Inglaterra y Francia.
Todo esto era esencial, no para ganar la batalla de Normandía -que en si misma representaba un inmenso problema que había que resolver-, sino para asegurarse que los mariscales Gerd von Rundstedt y Rommel no ganaran la «batalla de las cabezas de playa». Para ambas, los aliados tenían tres grandes ventajas. El mariscal del aire sir Arthur Tedder y el general Carl Spaatz, de USAAF, habían conquistado un completo dominio aéreo sin el cual no hubiera sido posible Overlord. Las fuerzas aéreas estaban para ayudar al avance de las tropas, bloquear el movimiento de las reservas enemigas y masacrar las columnas alemanas en retirada.
Invisibles, pero tan eficaces como cualquier ejército, estaban las fuerzas de la resistencia francesa que atacaban las líneas de comunicación alemanas y las divisiones de reserva que, cuando avanzaban al frente, en realidad tenían que abrirse paso luchando contra los maquis.
La tercera ventaja la representaba el mismo Führer, Adolfo Hitler. Como comandante supremo era un desastre, por la simple razón de que veía la guerra como una gigantesca partida de ajedrez que él jugaba con un mapa dentro de su bunker de Prusia oriental y dando órdenes inútiles que nadie osaba desobedecer. Una sola de éstas haría perder la guerra en Francia.
A estas tres, se podría añadir la costumbre americana de «pensar a lo grande»; algo que los ingleses simplemente no podían darse el lujo de hacer porque tenían una población pequeña, escasos recursos y los generales ingleses no podían permitirse el tener bajas en la escala de un Hodges o un Patton ( a Montgomery siempre le criticaron su lentitud y sus minuciosas preparaciones.) Roosevelt, aconsejado por sus jefes de estado mayor, pensaba que «la mejor manera de matar más alemanes» era «montar una sola gran invasión y luego atacar con todo lo que tenemos… es la forma más rápida de ganar la guerra». Por supuesto, ambas partes tenían razón a su manera (los estrategas de escritorio deberían comparar las maltrechas brigadas que Montgomery tenía después de El Alamein con lo que pudo usar Patton en las siguientes semanas: una fuerza mayor que todo el VIII Ejército de 1942). Solamente se puede tomar conciencia de la magnitud de Overlord citando cifras.
El asalto fue encabezado por tres divisiones aerotransportadas, seguidas de cinco divisiones de asalto, con tanques, que desembarcaron en las playas (y otras veintiuna esperaban en Inglaterra). Fueron llevadas por 4.262 aviones de transporte y 4.266 buques de todas clases y apoyadas por 2.300 aviones de combate que hicieron 14.600 incursiones sólo en el Día D. En las semanas anteriores a ese día, las baterías costeras de artillería pesada, que representaban la mayor amenaza para el desembarco, fueron aniquiladas con bombardeos y todas las vías férreas y material móvil que podrían haber transportado las reservas estratégicas de von Rundstedt se destruyeron.
Se lanzaron unas 80.000 toneladas de bombas.
En el mar, dos flotas custodiaban los flancos de la fuerza de asalto y cubrían el desembarco con artillería, mientras 29 flotillas de barreminas limpiaban la costa del canal.
El método de bombardeo fue cuidadosamente estudiado para evitar que revelara el sitio del desembarco mientras se montaba un plan detallado para hacerles creer a los alemanes que se produciría en el paso de Calais.
De hecho, después de un estudio muy completo, los planificadores aliados habían elegido la costa normanda en la bahía del Sena, bien alejada al oeste. El razonamiento fue largo y complejo, pero la consideración más obvia e importante era el espacio necesario para poner en tierra una primera oleada de fuerzas lo bastante sólidas como para repeler cualquier contraataque inicial. El general Montgomery, comandante de las fuerzas de desembarco, había insistido mucho al respecto.
Su plan detallado -una ampliación del original- era el siguiente: la 6ª división aerotransportada inglesa, en paracaídas o planeadores, capturaría puentes vitales en el río Orne para proteger el flanco izquierdo de la propuesta cabeza de playa, mientras las divisiones 82º y 101º cumplían una misión semejante a la derecha. Luego las fuerzas transportadas por mar desembarcarían entre las desembocaduras del Orne y del Vire de la siguiente manera: la 3ª división inglesa, la 3ª canadiense y la 50ª inglesa, y la 1ª y 4ª del I Ejército EUA del general Omar Bradley. Uno de los papeles más importantes de toda la empresa era el de los comandos especiales que debían desembarcar poco antes que las fuerzas de asalto, en el momento exacto de la marea, para destruir los obstáculos submarinos en las playas.
La cuestión de horario era critica ya que sólo ciertos días infrecuentes tenían las condiciones óptimas de luna, marea y amanecer.
La marea llega a diferentes horas a distintas playas, de modo que tenía que haber cero horas a lo largo del frente y esto, combinado con distintas distancias que se debían recorrer, exigía un complicado calendario que debía cumplirse exactamente y que no se podía alterar con facilidad. Como las combinaciones perfectas sólo ocurren a intervalos y un aplazo equivalía a dificultades terribles, el general Eisenhower debió tomar una decisión apabullante los días 3 y 4 de junio: el pronóstico del tiempo era de vientos fuertes y mar rizada con una ligera posibilidad de mejoría. Ante la alternativa del atraso y de que las fuerzas de asalto se vieran perjudicadas por la tormenta y las olas cuando eran más vulnerables, tomó una decisión histórica y valiente. El Día D seria el 6 de junio. Las tormentas no habían amainado del todo y el mal tiempo dificultó el desembarco, pero también hizo que los defensores relajasen su vigilancia. A primera hora de esa mañana, desembarcaron las tropas por mar y a media marea, y precisamente cuarenta minutos después del «crepúsculo náutico», desembarcaron las divisiones de asalto cubriéndose tras unas barreras en la playa; la flota lanzó una andanada final contra las casamatas y radares de la costa y unos dos mil aviones atacaron las defensas en profundidad. Los aliados estaban en tierra y, a partir de entonces, nunca pareció que se les podría rechazar.
El único obstáculo ocurrió en el frente del V Cuerpo, donde todos los tanques DD, salvo dos, cayeron al mar, y la infantería, contenida por un fuego intenso, se echó en la playa con la moral bajísima hasta última hora de la tarde. El liderazgo se volvió a imponer. El coronel Taylor, de la 1ª división, recobró a los paralizados infantes diciendo que todos los que se quedaran en la playa morirían. «Ahora vámonos de aquí», dijo, y se internó tierra adentro seguido por unos pocos valientes. Entonces, como por un mágico impulso, empezaron a seguir más y más grupos, y luego pelotones y compañías enteras. Al anochecer, todas esas tropas estaban atrincheradas fuera de la playa.
Para el 12, Montgomery tenía 326.000 hombres en la costa y ya había empezado la serie de batallas necesarias para poner en acción la segunda fase del plan. Hubo muchos malentendidos sobre este plan de Montgomery en ese tiempo y criticas mal informadas de supuestos fracasos de una parte de sus tropas.
De hecho, el ejército de ingleses, polacos y canadienses de Montgomery, y los norteamericanos de Bradley lucharon con gran tenacidad contra los mejores soldados profesionales de los tiempos modernos. Y los derrotaron.
En breve, la cuestionada estrategia era que el grupo de Montgomery atacara por la izquierda, en derredor de Caen, donde una irrupción significaría el mayor peligro para los alemanes y donde se esperaba que concentraran sus reservas. Esto facilitaría la tarea de Bradley en el oeste, donde él atacaba el perímetro de defensa que le rodeaba a fin de abrir una brecha por la que pudieran pasar a campo abierto y a la retaguardia enemiga los tanques de Patton. En realidad, esto es lo que sucedió y Montgomery llegó al Sena once días antes de lo que había predicho en su plan.
Hubo tres fases en la serie de batallas, todas a gran escala, que se libraron. En África y Asia, las batallas implicaron a media docena de divisiones como máximo; en Italia, a nueve o diez en cada bando. En Francia, en 1944,los aliados emplearon tres ejércitos americanos, uno canadiense, uno británico y uno francés.
Una vez acabada la fase de capturar y expandir una posición en Normandía, Montgomery, con un control operacional conjunto, dirigió su propio grupo XXI (los ejércitos americanos). Este último, bajo el mando del indómito George Patton, había sido formado en el campo de batalla durante las operaciones.
Bradley fue ascendido a comandante del grupo XII y su I Ejército pasó a manos del general Courtney Hodges.
El 7 de julio, Montgomery dejó Caen en ruinas con fuertes bombardeos (que sólo sirvieron para obstaculizar el avance de sus propios tanques), y luego, el 18 de julio, trató de que avanzaran tres divisiones blindadas por una avenida de 3.650 metros abierta por más de 5.000 toneladas de bombas arrojadas por la RAF. Fue la operación Goodwood. Prácticamente todas estas toneladas sólo machacaron el suelo de Francia ya que de acuerdo con sus tácticas habituales, la principal línea defensiva alemana estaba a varios kilómetros, en la retaguardia, y este esfuerzo masivo sólo cayó sobre sus puestos de avanzada. Las tres divisiones acorazadas se encontraron frente a una defensa inconmovible. Perdieron casi más de la mitad de sus tanques principalmente ante los antitanques, pero la 1ª división Panzer reivindicó haber destruido ochenta en sus contraataques usando los nuevos tanques Panther. Fue un momento difícil, pero para el 29 de julio, ingleses y canadienses habían atraído cuatro divisiones Panzer a su sector.
Después de una pausa impuesta por tormentas que convirtieron los campos de batalla de Normandía en lodazales, Montgomery sostuvo su presión en la izquierda martillando la defensa de tanques y cañones que cedía, aunque aún se mantenía, delante del grupo de ejércitos XXI.
Luego, el 25 de julio, Bradley dio el golpe decisivo de la segunda fase para capturar Coutances, al oeste de Saint Ló. Tuvo las mismas características que Goodwood, masivo apoyo aéreo pero en un frente más largo y grande. El bombardeo incluyó el uso de mil quinientos bombarderos pesados y cuatrocientos medianos, pero el esfuerzo mayor lo realizó la infantería apoyada por tanques, con cientos de cazas actuando como apoyo de artillería aérea. Se comunicaban por radio con los batallones de vanguardia usando nuevas técnicas de cooperación tierra-aire, y tan pronto como los tanques o la infantería encontraban obstáculos, a los pocos minutos los cazas entraban en acción.
El 1º de agosto, el III Ejército de Patton pudo traspasar la línea al sur de Coutances para iniciar la tercera fase de guerra abierta. Limpió suficiente territorio de Bretaña como para neutralizar cualquier amenaza de las guarniciones alemanas aún apostadas allí, y entonces, por orden de Bradley (4 de agosto) giró su eje de acción de sureste a este, camino de Paris. Tal vez fue un error estratégico. El objetivo era atrapar al VII Ejército alemán, ahora a punto de ser rodeado por la izquierda, mientras su flanco derecho aún estaba ocupado con otro poderoso ataque de Montgomery que llevaría a los ingleses hasta Villers-Bocage.(Los comandantes americanos habían cometido el mismo error dos meses antes, seducidos por el prestigio de liberar una gran capital, cuando Clark se lanzó hacia Roma y permitió que el X Ejército alemán escapara de la trampa de Alexander.) Por fortuna para los aliados, en ese instante Hitler se hizo cargo del asunto.
El 29 de julio, cuando von Rundstedt comunicó al Führer que la batalla de la cabeza de playa estaba perdida y que había llegado el momento de emprender la retirada y establecer una nueva línea defensiva al norte y sur del Sena, el general fue cesado. Rommel estaba herido y el nuevo comandante era el mariscal de campo Günther-Hans von Kluge, un buen profesional como todos los generales germanos, pero carente de la personalidad necesaria para imponerse a Hitler.
El «gran» estratega tenía una visión peculiar del campo de batalla. Desde el extremo este del gran bolsón semicircular que hacia el perímetro aliado, un largo y estrecho tentáculo empezó a aparecer primero girando al sur y luego al este, y creciendo a diario. Por supuesto, no se trataba de un débil avance, sino de una falange de tanques del III Ejército.«Algún imbécil dijo un día que se debían resguardar los flancos -comentó el extravagante Patton a sus comandantes-,y desde ese día los hijos de perra de todo el mundo se han preocupado por los flancos. No queremos nada de eso en el III Ejército: los flancos son algo para que se preocupe el enemigo, no nosotros.» Patton era un fanfarrón que hacia realidad sus fanfarronadas, como pronto descubriría von Kluge.
Tenía órdenes de Hitler de avanzar hasta el gancho y entonces cortar el tentáculo por las raíces en Avranches. Von Kluge reunió obedientemente seis divisiones, incluyendo doscientos cincuenta tanques, todo claramente visible para el reconocimiento aéreo aliado, y las lanzó, fatalmente, de modo que la vanguardia de la fuerza se atascó entre la creciente cabeza de puente y el ejército de Patton. En ese momento, Montgomery dio la orden a los canadienses de atacar al sur, hacia Falaise, y a Patton que cambiara el rumbo de uno de sus cuerpos hacia el norte para que tomara contacto con ellos, de modo que la contraofensiva germana se veía ahora amenazada por la retaguardia. Von Kluge pidió permiso para retirarse, pero se le negó y recibió la orden de continuar hacia Avranches. El VII Ejército alemán ahora estaba metido en un estrecho corredor de sesenta y cuatro kilómetros y medio.
Los tanques y vehículos atascaron los caminos. Eran el blanco ideal para las fuerzas aéreas que procedieron a masacrarlos. En el ínterin, polacos y canadienses se abrían paso hacia Falaise y el XV Cuerpo de Patton capturaba Argentan, a unos veinte kilómetros. Luchando como siempre han hecho los soldados germanos, la 2ª división Panzer, contra viento y marea, rechazó a los canadienses y mantuvo abierto el boquete lo suficiente como para que algunos miles de hombres escaparan.
Galería fotográfica del Desembarco de Normandía, el Día D
Imágenes de la Operación Overlord, para la liberación de Francia.
Bliografía: Foto de Routers, pies de El Español,