las víctimas del holocausto nazi

El 27 de Enero de 1945 los soviéticos tomaron el campo de Auschwitz, la mayor fábrica de muerte fundada por Hitler. La noticia ya no pudo ocultarse por más tiempo. Pero no fue hasta Marzo de 1945, tras la entrada británica en el campo de Bergen-Belsen (donde pocos días antes había muerto Ana Frank) cuando se conoció en el mundo occidental la inmensa magnitud cometida por aquel ejército del crimen.

EL EJÉRCITO DEL CRIMEN

Cuando los ejércitos soviéticos avanzaron por territorio polaco en el verano de 1944, hasta alcanzar la línea del Vistula, descubrieron la espantosa tarea a la que se habían estado dedicando las SS durante los tres últimos años. Aquellos duros soldados, curtidos en todas las formas que adopta la muerte en los campos de batalla, no pudieron contener el vómito y el espanto al entrar en Treblinka, Sobibor, Maidanek, Belzec o Rawa-Ruska, donde hallaron claros indicios de que millones de seres habían sido asesinados y reducidos a cenizas o sepultados en interminables fosas comunes. El periodista británico Alexander Werth, que seguía informativamente a los ejércitos del mariscal Zukov, escribió varias crónicas sobre el asunto, sin que su periódico las editara, sospechando que era contrapropaganda soviética por el asunto de Katyn.

EL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO NAZI

Ana Frank, la autora adolescente de un Diario que dio la Vuelta al mundo cuando su padre Otto, tras escapar del campo de concentración y de la muerte, decidió publicarlos en 1947, había desaparecido en uno de aquellos campos de horror, Bergen-Belsen, entre finales de febrero y principios de marzo de 1945. Hace ahora de esto poco más de cincuenta años.

Ana era judía, vivía en Amsterdam, a donde se habían trasladado sus padres desde Alemania, y tenía sólo trece años cuando, huyendo de las tropas de Hitler que habían invadido el país, se refugió (junio de 1942) junto con su familia y otras personas en una buhardilla contigua al lugar donde trabajaba su padre, comerciante. Allí descubrió y anotó muchas cosas, cosas que antes quizá no había siquiera sospechado a propósito de si misma y de quienes la rodeaban, y quiso convertirse en escritora – publicar su Diario- el día en que llegara la paz. Había oído al ministro de Educación Holandés en el exilio, por la radio, decir que ello serviría a otros muchos, para no repetir tanta desgracia, para no ceder a la barbarie. Algo después de que se cumplieran dos años del encierro, sin embargo, a principios de agosto de 1944, todos los ocupantes de la casa de atrás, Ana incluida, fueron detenidos por las SS hitlerianas y por la Policía Verde holandesa, conjuntamente, quizá después de que algún vecino hubiera denunciado a los refugiados.

Tras pasar por varias estaciones para detenidos políticos en la misma Holanda, los Frank y sus amigos fueron deportados hacia el Este, en los últimos trenes que salieron a principios de septiembre en dirección a Auschwitz, en Polonia. De allí en adelante sufrirían destinos distintos. Ana, deportada a finales de octubre a Bergen-Belsen, al norte de Alemania, sucumbió en la epidemia de tifus declarada en el campo poco después de que muriera su hermana Margot, y a lo sumo, sólo mes y medio antes de que las tropas inglesas entraran en el campo liberando a los supervivientes. Los restos de las dos yacen, seguramente, en la fosa común. Su padre, que por el contrario no había sido trasladado a Auschwitz, iba a ser, de todos los personajes que Ana Frank recrea en su Diario, el único en vivir para dar testimonio.

POLÍTICA Y POLÉMICA EN TORNO AL HOLOCAUSTO

Las generaciones que han vivido inmediatamente después de la II Guerra Mundial han sabido, todavía de manera directa y erizada, de la magnitud monstruosa del Holocausto. Las que hoy viven, en cambio, comienzan a olvidarlo. A pesar de los intentos de refrescar una memoria amarga (en el cine, en la literatura, la televisión o la prensa); a pesar de reflexiones varias sobre el racismo y la xenofobia y de actuaciones políticas y ciudadanas contra ellos; a pesar de alguna que otra voz alarmada sobre la existencia en nuestros días de campos de concentración, el Holocausto les parece a muchos de nuestros contemporáneos muy lejano. Hay no obstante, frecuentísimos cursos regulares sobre la persecución y el exterminio judío (distintos a los cursos de Historia general) en la mayoría de las universidades americanas y en algunas europeas, más una intensa y esforzada cantidad de libros que vuelven una y otra vez sobre el horror desencadenado bajo Hitler, tratando – al explicarlo- de evitar su retorno.

Pero lo cierto es que la propia inmensidad de la tragedia causada por los nazis ha facilitado la incredulidad o la banalización, cuando no la indiferencia, y, hasta incluso, de manera tan incomprensible como odiosa, la justificación moral del genocidio. Sabido es que, desde no hace mucho, prospera la negación rotunda de ese exterminio masivo y criminal por parte de algunos historiadores que dicen avalar con métodos científicos su reinterpretación de los hechos. (Las llamadas escuelas revisionistas, a pesar de lo que pudiera creerse por la burda entidad de sus mistificaciones y la endeblez de sus argumentos, gozan de adeptos).
Mientras duró la creencia generalizada en el progreso, el Holocausto se consideró por la mayoría de los observadores como una interrupción nefasta del curso de la historia, como una especie de execrencia cancerosa surgida en el cuerpo de la sociedad civil, una locura momentánea en un marco político occidental que, en general, era bastante democrático y gozaba de una salud satisfactoria, un espacio privilegiado en el que la igualdad de derechos entre los individuos era reconocida como un derecho. La tragedia, que había sacudido de manera muy especial a los judíos, movía a compasión, también, a los que no lo eran. Se olvidaba, sin embargo, por lo general, que ese mismo horror colectivo lo habían padecido también gitanos, eslavos, comunistas y homosexuales. Que el exterminio colectivo, aunque en proporciones menores, había alcanzado mas allá de los hijos de Sión…

UNA POLÉMICA ABIERTA

Los propios judíos han tendido a representar también el Holocausto como un asunto interno de su propio pueblo, sino de su exclusiva competencia, como una peripecia criminal que es decisiva para su historia interna y solo a ella vincula en desafío perpetuo, inolvidable. Al pueblo judío habría afectado intensamente – varios millones de muertos- el genocidio, y a él correspondería tanto la reparación como la venganza. Mucho se ha discutido no obstante a este propósito, pero todavía no se haya dicho posiblemente la última palabra: Cristianizar el Holocausto, se argumenta por los más radicales, conduce a diluir su significado real – aquel agravio inconmensurable al pueblo hebreo- en un conglomerado indiferente, el ámbito difuso de la humanidad, lleva a desvanecer -voluntariamente- culpas y responsables.

El estado de Israel intentó, por su parte, utilizar el recuerdo de la tragedia como garantía de su supervivencia, como razón de su legitimidad política y, casi también, como excusa y pago por adelantado para sus futuros atropellos. Y eso contribuyó también a dar a la experiencia concentracionaria nazi, en la memoria de los supervivientes tanto como en la de la mayoría de los historiadores, una peculiar naturaleza hebrea, un aire inconfundiblemente étnico y religioso, nacional en fin.

No todos los supervivientes, judíos incluso, se oponen sin embargo, a un reconocimiento extenso del territorio amplio, de los grupos sociales variados, a los que afectó el horror. Yehuda Elkana, un importante historiador de la ciencia que entró a los diez años en Auschwitz, levantó polémica en 1988 al proponer en un periódico israelí – Ha’retz -, y en lengua hebrea, empezar a olvidar: la historia y la memoria -escribió- son parte inseparable de cualquier cultura, pero el pasado ni es ni debe convertirse en el elemento determinante del futuro de una sociedad y un pueblo. Sin embargo, ese olvido, predicado por el hebreo Elkana, no parece ser el de que aquello no deberá suceder nunca más, sino de modo bien distinto, el más estrecho y circular de que eso no vuelva a sucedernos a nosotros…

Hay otros autores (como Zygmunt Bauman) que, desde la sociología, prefieren por su pensar – y argumentar – que el Holocausto fue un producto previsible de nuestra sociedad racional moderna, un espanto burocrático pensado y ejecutado en la culminación del desarrollo cultural humano, un desarrollo sólo comprensible en medio del proceso de civilización occidental. Es decir, que aquella aberración suscitada por la barbarie nazi, ha de ser entendida como un fenómeno típicamente moderno, incomprensible fuera del contexto de las conquistas técnicas y de la mentalidad cientifista. Por lo mismo sería, todavía, algo posible, por desdicha en la sociedad avanzada y tecnológicamente ritual en la que nos movemos. Al contrario de lo que pudiera parecer, esta reubicación de una página oscura -sin parangón amarga- de la historia Europea del siglo XX, no diluye en ningún sentido la memoria viva del Holocausto. La actualiza y la exige mas aún, trayéndola al presente sin posibilidad de absolución alguna. Y convirtiéndola, para los confiados y los incrédulos, sobre todo, en aviso alarmante de futuro, en poderoso antídoto contra cualquier especie de inercia moral, contra toda indiferencia política.

Pero, ¿qué fue exactamente del Holocausto? ¿Que quedo concernido en el ámbito del Universo concentracionario nazi?

EL MAPA DE LA CONCENTRACIÓN

De la doctrina totalitaria que el nacionalsocialismo profesa, se deriva, ineludiblemente, la organización concentracionaria de la sociedad. La menor manifestación de independencia, la menor diferencia, debía segregarse del resto. Entre 1933 y 1939, esa organización se limitará a ir apartando a los opositores (reales o imaginados) al sistema: comunistas, socialistas, demócratas que van siendo sometidos a penas de prisión en virtud del sistema de detención preventiva, una fórmula de segregación que fue autorizada por Hitler tras el incendio del Reichstag. Los primeros campos de concentración – Dachau, Buchenwald, Sachsenhausen- fueron poblándose con ese género de ciudadanos marginados por el sistema, sujetos e indefensos ante detenciones sin garantías. Las SA (Sturm Abteilungen), dejaron pronto paso a las SS (Shutz Stulfen).

Tras la anexión de Austria y Checoslovaquia, a partir de 1938, fueron llegando a los campos de concentración los resistentes de esos países. Se abrieron, para darles cabida, nuevos campos: Mauthausen, Neuengamme o Ravensbruck, solo para mujeres este último (la separación de sexos, tenía también, intenciones eugénicas en el proyecto nazi). Antes de la guerra, pues, en cualquier caso, los campos de concentración permitían – en principio al menos- abreviar las condenas mediante trabajos forzados. El sabotaje, por otra parte, era castigado con la muerte.

La guerra – con su inmensa cantidad inicial de prisioneros- exigió todavía la apertura de nuevos campos: Stutthof, Flössenburg, Auschwitz, Gross Rosen, Theresienstadt, Bergen-Belsen y los situados entre el Vístula y el Volga – Belzec, Maidanek, Sobidor, Treblinka -. Los habitantes de los campos de concentración fueron entonces, además de los habituales hasta el momento, todo tipo de polacos, belgas, holandeses, franceses, griegos, yugoslavos y, muy abundantes en este caso, soviéticos.

La economía de guerra, la necesidad de movilizar al total de la población para la producción bélica, se extendería también a los pobladores de los campos, a partir, sobre todo, de 1941. Surge ahí la primera contradicción, brutal, entre economía e ideología que pueda dar al traste con su esfuerzo: explotados al máximo los prisioneros para obtener ese trabajo de bajísimo costo, surgiría también en algunos de sus celadores – y surgiría poderosísima, insana- la tensión hacia su exterminación. Los campos de concentración, de una manera u otra, iban a convertirse en campos de muerte. Los dirigentes de la economía por su parte, tratarán siempre de seguir explotando al máximo, hasta la extenuación, la fuerza de trabajo de los prisioneros, los miembros de la SS, por el contrario – el mismo Himmler, desde luego -, perseguirán a ultranza la aniquilación gratuita, la asfixia de los hombres, mujeres y niños – útiles para el trabajo, no- en las cámaras de gas, o buscarán la desaparición colectiva, abrasados, en las fosas cubiertas con cal viva.

LA SOLUCIÓN FINAL

Nadie puede negar, a pesar de todo lo dicho mas arriba, el carácter de tragedia hebrea a los cinco millones de personas judías – de un total aproximado de 20 – a los que Hitler mandó exterminar, haciendo que la persecución sostenida hasta allí, desembocase en holocausto. La guerra facilitó, muy posiblemente – y la hizo extensiva a otros colectivos, de manera tan insensible como inevitable -, una decisión particular tomada seguramente desde mucho tiempo atrás. En diciembre de 1941, el decreto Nacht und Nebel -Noche y Niebla- advertía de la extinción segura, por cauces inmediatos o bien a través del ingreso en campos de concentración, para todos aquellos que osaran ofrecer resistencia al sistema.

El Holocausto y sus víctimas
Adolf Eichman, supervisor de la solución final.

A la altura también de 1941 – noviembre, lo más tarde-, es seguro que la decisión de exterminar a todos los judíos de Europa estaba tomada. Formalmente se acuerda en enero de 1942, en el barrio berlinés de Wannsee, en una reunión en la que estuvieron presentes Heydrich, Eichmann… Según la lógica del racismo nazi, según los planes avanzados por primera vez en Mein Kampf y de acuerdo, en fin, con la experimentación científica de aniquilación de débiles o ancianos, enfermos incurables o locos que había sido llevada a cabo por los alemanes antes de la guerra – y que fue suprimida momentáneamente debido a las protestas surgidas -, la suerte de extensos contingentes de población estaba echada.

Los comandos especiales formados en esta práctica de depuración eugénica, ignorantes de todo límite moral y ajenos a toda deontología posible, fueron trasvasados después a los campos de exterminio para aplicar en masa – perfeccionarla, podríamos decir macabramente- su experiencia científica en experimentos biológicos.

Pero los alemanes llamaron Endlösung (o solución final, tratamiento especial, dijeron otras veces practicar) no se llevó a cabo sólo en aquellos campos de muerte, sino también de otras maneras más antiguas y acostumbradas para quienes por desdicha hubieron de sufrirlas, menos tecnificadas.

Desde que los alemanes entraron en Polonia en 1939, y al mismo tiempo que se obligaba a los judíos a concentrarse en guetos, los miembros de las SS empezaron a entregarse libremente a masacres colectivas, a asesinatos individuales sellados por la violencia indiscriminada, matanzas de difícil cuantificación. Desde septiembre de 1941 los judíos fueron obligados a identificarse externamente con la estrella amarilla. En octubre se les prohibió terminantemente abandonar el Reich, comenzó a su vez la deportación masiva a los campos de concentración alemanes y polacos. A finales de noviembre, en fin, se les retiraba la nacionalidad.
Y entonces comenzaron las primeras experiencias con un gas mortífero, el Zyklon B, empleado primero con los prisioneros soviéticos en Belzec, Sobibor, Treblinka, Majadanek… No era fácil, sin embargo, trasladar -para su aniquilación conjunta en estos lugares- a grupos tan extensos de población como querían los nazis. Los problemas técnicos (que trataron de solucionarse, con gran despliegue de medios y cerebros, en la conferencia de Wannsee, el 10 de enero de 1942) pusieron en juego todas las capacidades del genio alemán, todo su potencial científico existente.

El Holocausto y sus víctimas
Himmler y Goering, rodeados de altos funcionarios de la SS y la Gestapo, entre ellos Heydrich.

Si permitimos que sea Rudolf Hoess (primer comandante de Auschwitz-Birkenau) quien nos hable de ello -tal y como hizo en el juicio de Nuremberg-, sabremos como, destacado en el campo para su organización ya en el verano de 1941, visitó primero Treblinka para ilustrarse, cuyo comandante le dijo que había hecho desaparecer 80000 detenidos en seis meses: utilizaba óxido de carbono -relata Hoess-.

Sin embargo, sus métodos no me parecieron muy eficaces. Se decidió a su vez, buscando esa eficiencia, por el Zyklon B, ácido prúsico cristalizado o cianhídrico que dejábamos caer en la cámara mortuoria a través de una pequeña abertura. Así, y dependiendo de las condiciones atmosféricas, bastaban entre tres y quince minutos para que el gas hiciera efecto.

No parece tampoco que haya lugar a engaño en cuento a la capacidad y rapidez de las mejoras conseguidas respecto a Treblinka: donde los responsables de este no lograban matar más que 200 por cámara, los de Auschwitz, lograban a su vez 2000… Sabíamos que estaban muertos -de nuevo es Hoess quien habla- cuando dejaban de gritar. Esperábamos una media hora antes de abrir las puertas y sacar los cuerpos. Tras ello, nuestros comandos especiales les quitaban las sortijas y los anillos, lo mismo que los dientes de oro. Y cuando las mujeres trataban de esconder a sus hijos bajo la ropa para protegerlos, se los enviaba con ellas al mismo tiempo a los campos de gas.

Aunque no son exactamente lo mismo -como ya se ha advertido antes-, es cierto que resulta difícil distinguir, en la masacre causada por los nazis durante la guerra, entre un campo de concentración y un campo de exterminio. Estos segundos fueron construidos a propósito, con toda intención -comenzando su organización ese mismo otoño-. Pero los primeros acabaron convirtiéndose, también, en campos de muerte experimental, de la muerte en hilera -con números en serie de ejecutados, conseguidos con un tiempo preciso-. Como si de rebaños de seres humanos se tratara, engañados en cuanto al destino que los esperaba (se les decía que eran duchas colectivas), y humillados hasta la degradación más absoluta.

Los historiadores no han encontrado, sin embargo, el documento que contenga la orden concreta de proceder al exterminio. Lo que lejos de tranquilizar al observador -algunos historiadores, sin embargo, sí parecen sentirse por ellos mas seguros, achacando a las exigencias de la guerra el horror desencadenado paulatinamente-, nos enfrenta, a una dinámica demoniaca. Todo funcionó automáticamente (ejército, colaboradores de campo, ejecutores forzosos de los trabajos especiales, población colindante…) el horror más absoluto pudo, efectivamente, ser, realizarse y tomar cuerpo, materialidad… Se había abierto un túnel sin salida en el trayecto de la Humanidad, la quiebra del progreso indefinido estaba ahí, pantanosa e insondable. Con todo tipo de razones para dudar, al menos, sobre aquel optimismo antropológico de los ilustrados que, en su día, otorgó vía libre a la industrialización, y avaló una confianza sin límites en el triunfo del espíritu, en la mejora universal de las condiciones de vida, en las virtudes de la especie humana.

EL CAMPO DE EXTERMINIO, FÁBRICA DE MUERTE

Heinrich Himmler -figura de confianza de Hitler cada vez mas crucial en el desarrollo progresivo de la política de exterminio durante la guerra- utilizó los campos como medio más rápido para hacer de Europa un paraíso ario. La obsesión racista llegará a ser tal, que, en los últimos meses de la guerra, y con el Reich amenazado de hundimiento militar, los trenes se reservaban, con todo, prioritariamente, para la deportación. Las SS -lo que se llamó el Estado SS- no sólo habían conseguido pleno control d universo concentracionario, sino que además habían hecho de él una maquinaria industrial.

Auschwitz resultó ser una extensión diabólica del moderno sistema fabril. En lugar de producir mercancías -escribe Henry Feingold- utilizaba seres humanos como materia prima, produciendo la muerte como objeto final, serial incluso, cuantificado escrupulosamente por los cuidadores del campo. Igual que aquellos kilómetros de aire denso y negro, nauseabundo, producto de la quema constante de los cuerpos humanos, un aire que salía constantemente de las chimeneas y que correspondía a los desaparecidos apuntados -severa, cuidadosamente- por los funcionarios del campo en sus cuadernos. Un aire que quedaba indeleble tanto en los dedos como en los registros, llevados obedientemente, de los responsables directos de aquella horrenda administración. De aquella vergüenza.

BERGEN-BELSEN, LA TUMBA DE ANA FRANK

En el corazón de Alemania, a cien kilómetros de Hamburgo, a 65 de Hannover, a 90 de Bremen, se erigió el campo de prisioneros de guerra Bergen Belsen, que en 1941 fue puesto bajo la administración de las SS, convirtiéndose en campo de concentración. A partir de julio de 1944 comenzó a ser empleado como estación de tránsito para judíos de Holanda, Polonia, Hungría, Albania, Grecia y Yugoslavia.

Se proyectó encerrar a unos 10000 prisioneros, pero en la segunda mitad de 1944 -cuando Ana Frank fue internada allí- estaba superpoblado, con un promedio de 15000 cautivos. Al comenzar el desplome de las fronteras de Polonia los cautivos en aquella zona fueron a parar a Bergen-Belsen, cuya población alcanzó los 50 reclusos.

A comienzos de abril de 1945 se abrió un segundo campo para encerrar a los prisioneros que no cesaban de llegar del Este. Para ello, habilitaron los cuarteles de Belsen. En aquellos últimos días de la guerra la mortandad entre los prisioneros fue espantosa debido a su debilitamiento por el traslado, frecuentemente a pie por carreteras heladas, el frío y los malos tratos.
Aunque en Bergen-Belsen no hubo gaseamientos ni incineraciones, allí murieron 37000 prisioneros, víctimas del hambre, las enfermedades, la violencia de sus guardianes y el agotamiento en el trabajo.

Bergen fue el primer campo de prisioneros liberado por los aliados occidentales. Cuando llegaron allí, las tropas británicas quedaron espantadas ante los cadáveres hacinados en grandes fosas comunes aún sin cubrir. Los soldados obligaron a los civiles de los alrededores a peregrinar hasta el campo de concentración para que contemplaran fríamente el crimen cometido. El 21 de mayo, tras haber cubierto las fosas -labor en la que fueron empleados soldados de la Wehrmacht y de las SS- las autoridades británicas ordenaron que todo el complejo fuera incendiado para evitar epidemias. Joseph Kramer, comandante del campo desde el 1 de diciembre de 1944, fue capturado por los británicos, juzgado y ahorcado.

AUSCHWITZ, EL MATADERO NAZI

Auschwitz es una pequeña población situada a unos 60 kilómetros al sudeste de Cracovia, en Polonia. Allí, en 1941, los ocupantes abrieron un campo de trabajos forzados, donde se instalaron varias industrias alemanas que empleaban aquella mano de obra barata y dócil. Las SS (Schutz Stulfen) de las Totenkopfebande, es decir, unidades de la calavera, que se ocupaban de estos campos de concentración, explotaban a estos forzados hasta el agotamiento y la muerte.

El carácter de Auschwitz fue cambiando cuando se acentuó la persecución antisemita, cuando comenzó a ser eliminada sistemáticamente la población judía de Varsovia, cuando se dio la orden de eliminar a los gitanos, cuando, tras lo conferencia de Wannsee -en 1942- el régimen nazi decidió la solución final… etc. Las instalaciones se ampliaron a cuatro campos y a 38 comandos de trabajo. En todos ellos se maltrataba a los prisioneros, en todos se les agotaba trabajando, en todos se les mataba cuando desfallecían, pero uno de esos campos, Birkenau, era realmente una factoría para asesinar prisioneros.

El Holocausto y sus víctimas
Partisanos ante la boca de un horno crematorio.

Birkenau, situado a tres kilómetros de Auschwitz, en una zona pantanosa e insalubre, recibía diariamente a los judíos deportados. Allí se seleccionaban. Los débiles, los ancianos, los niños, y buena parte de las mujeres eran separados de los prisioneros útiles para el trabajo, que se repartían luego por las demás instalaciones. A los que se desechaba se les conducía, tras dejar su equipaje y su ropa -y las mujeres, su pelo- a unas naves donde serían desinfectados.

Encerrados en aquellos depósitos se les gaseaba con Zyklon B y, una vez muertos, se les desposaba de alhajas, dientes de oro, etc. Luego se llevaban los cadáveres a unos hornos crematorios que funcionaban día y noche.
Este sistema industrial de asesinar a los deportados alcanzó el formidable rendimiento de 22000 personas al día. Las cifras todavía son controvertidas, porque los alemanes destruyeron la documentación, pero se acepta generalmente que en el complejo de Auschwitz perecieron cerca de dos millones de personas, de las que la mitad eran de origen judío.

Ante el avance soviético, en enero de 1945, las SS evacuaron a unas 60000 personas de Auschwitz, en una marcha terrible hasta el oeste de Oder, que dejó los caminos sembrados de muertos. En el complejo de Auschwitz quedaron unos 10000 reclusos, incapaz de moverse. Algunos acertaron a escapar, aprovechando que las alambradas ya no estaban electrificadas y que no había centinelas, pero la mayoría, incapaz de dar un paso, se quedó. Una unidad de las SS en retirada pasó por Auschwitz y aún causó dos millares más de víctimas antes de irse definitivamente.

El Holocausto y sus víctimas
Grupo de prisioneros tras su liberación.

Cuando los soviéticos alcanzaron el campo el 27 de Enero, apenas había siete mil reclusos, todos en condiciones lamentables y muchos de los cuales morirían en las semanas siguientes. Pese a que los alemanes habían tratado de destruir las pruebas de su inmenso crimen, allí quedaban cerca de un millón de trajes de hombres y mujeres, mas de seis mil pares de zapatos y toneladas de objetos personales.

También se hallaron allí unos 700 kilos de cabello humano, que una fábrica de fieltro alemana compraba a 500 marcos la tonelada.
Y es que los nazis lo aprovechaban todo: su trabajo, su equipaje, sus joyas y dinero, su pelo, y una vez muertos, sus cenizas, que se utilizaban como fertilizantes agrícolas. Sobre la entrada de Auschwitz un letrero pregonaba «El trabajo os hará libres», pero para definir aquel infierno era más exacta la frase del criminal Dr. Mengele: Aquí se entra por la puerta y se sale por la chimenea.

LA SOLUCIÓN FINAL: WANNSEE, 20-1-1942

Cumpliendo las órdenes recibidas de solucionar la cuestión judía, el 20 de Enero de 1942, Heydrich reunió en el distrito berlinés de Wannsee a 13 personajes pertenecientes al Departamento Superior de Seguridad (RSA); a la Cancillería; a los Ministerios de Justicia, de Exteriores y del Plan Cuatrienal, y a los responsables de la represión en Polonia y en el Báltico. Como secretario actuó el coronel de las SS Adolf Eichman, del RSA, en cuyas actas puede leerse:

«Cerca de once millones de judíos han de ser tomados en consideración para esta solución final de la cuestión de los judíos europeos; estos están distribuidos en los diversos países del modo siguiente […] Durante l proceso de realización de la solución final, Europa será barrida de Oeste a Este»

Hasta entonces, los judíos habían sido expulsados, expoliados, deportados, encarcelados, obligados a trabajar hasta la extenuación e, incluso, asesinado, pero el genocidio sistemático, industrializado, comenzó a partir de la conferencia de Wannsee. En las actas no se habla de realizar una matanza masiva -los nazis fueron siempre muy cuidadosos en no reflejar sus atrocidades en documentos de circulación corriente-. Pero Eichman, durante su proceso en Israel, declaró que en la discusiones se consideró la matanza, la eliminación y la aniquilación.

El Holocausto y sus víctimas
Ejecución de rehenes en Yugoslavia

¿Quién dispuso tal atrocidad? El más autorizado biógrafo de Hitler, Bullock, responde: No pudieron ser los burócratas que asistieron a la conferencia de Wannsee, y que tan solo estaban preocupados por los problemas prácticos que planteaba la ejecución del proyecto. Tan sólo Hitler tenía la imaginación necesaria -aunque perversa- para idear un plan de esta índole.

El comandante de Auschwitz, Hoess, declaró ante el tribunal que le juzgó en 1946 que Himmler, en nombre de Hitler, le ordenó crear una fábrica de exterminio:

El Führer ha ordenado la solución final de la cuestión y a nosotros -las SS- nos toca llevar a cabo esa orden… He elegido Auschwitz para esa misión […]. Será una tarea pesada y difícil, y requerirá su plena participación personal. Guardará el más estricto silencio en lo que respecta a esta orden, incluso frente a sus superiores […]. Todo judío al que podamos echar el guante debe ser exterminado sin ninguna excepción. Si no logramos destruir ahora la base del judaísmo, llegará el día en que los judíos destruirán al pueblo alemán.

LAS CIFRAS INCONFESABLES

El más prestigioso biógrafo de Hitler e historiador del III Reich, Alan Bullock, en su obra Hitler y Stalin, vidas paralelas, publicada en Londres en 1991, eleva a 18 millones las víctimas del terror nazi. En esta cifra se incluirían los civiles muertos en los bombardeos, en los ataques contra los ciudadanos, en las represalias contra las acciones guerrilleras, en las persecuciones étnicas contra judíos y gitanos, en el agotamiento hasta la muerte de poblaciones deportadas y prisioneros de guerra. Aunque las cifras siguientes son solo orientativas, dan una idea clara del inmenso crimen nazi.

El Holocausto y sus víctimas

En las cifras de víctimas civiles por países están incluidos los judíos. Entre las víctimas de la represión en Alemania se incluyen también Austria, los Sudetes y el Protectorado de Bohemia-Moravia; en esta cifra están incluidos los judíos, comunistas y socialistas, las oposición al nazismo, y los conspiradores antinazis, tanto civiles como militares, entre 1933 y 1945.

El resto fueron judíos sacados de Noruega, Dinamarca, Bulgaria y Rumania; prisioneros de guerra de otros países no incluidos en esta enumeración, como republicanos españoles capturados en Francia, norteamericanos, canadienses, australianos, sudafricanos, neozelandeses, indios, norteafricanos de las colonias francesas…

Por etnias, las víctimas más numerosas fueron los judíos; la cifra es aun controvertida pero se sitúa a la baja en 4.800.000, y al alza en 6.500.000. Les siguen los gitanos, con una estimación que se sitúa entre las 300.000 y las 500.000. Por campos de exterminio, el mas terrible fue el de Auschwitz-Birkenau, con cerca de dos millones de víctimas; seguido de Treblinka, con 700.000; Belcec, con 600.000; Maidanek, con 400.000; Chelmo con 350.000; Sobidor con 250.000, todos ellos en Polonia. En el estricto territorio de Reich destacaron los campos de trabajo y exterminio de Dachau, Bergen-Belsen, Dora-Milttelbau, Buchenwald, Flossenburg, Mauthausen, Terezin, Sachsenhausen, Ravensbrück, Grosrosen, etc., donde más de un millón y medio de prisioneros perecieron a causa del trabajo agotador, la mala alimentación, el frío, las torturas, los experimentos médicos, las enfermedades, las ejecuciones por fusilamiento, horca o garrote, etc.

Antes de cerrar esta macabra cuantificación de horrores, y para que no quede simplemente en eso, en una embotadora enumeración de cifras, hay que recordar al lector que todas y cada una de las víctimas sufrieron un auténtico infierno hasta el asesinato o la liberación, y cada uno de los supervivientes ha llevado en su médula grabada aquella vesanía hasta el fin de sus días.

TODO SE APROVECHA, HASTA LAS CENIZAS

Las crecientes necesidades de la industria de guerra fueron cubiertas por la población civil deportada de los países vencidos. Procedentes de éstos, más de 20 millones de personas fueron esclavizadas -en su mayor parte rusos y polacos- aportando pingües beneficios a las empresas que los empleaban y a las SS. Los empresarios solían pagar entre 3 y 6 marcos por trabajador y día a las SS, y estas apenas se gastaban 0,35 marcos diarios de manutención. Cuando el prisionero había sido reducido a un deshecho humano, inútil para el trabajo, era liquidado, rindiendo su último tributo al Reich: se comercializaba su grasa para hacer jabón, sus huesos para fabricar fertilizantes, sus cabellos para la industria textil… Sólo el campo de Auschwitz entregó 60 toneladas de cabello a la fábrica de fieltro Alex Zink, que pagó por ellas 30.000 marcos; 7.000 kilos más, preparados para su envío, hallaron los soviético al ocupar el campo. Hubo empresas que se constituyeron para aprovechar los últimos residuos humanos, como la acción Reinhard, que adquiría a las SS cuantas pertenencias de los prisioneros pudieran ser comercializadas: relojes, cadenas, joyas, dientes, etc.

El Holocausto y sus víctimas
Prisioneros y libertadores derriban las águilas nazis de la entrada del campo de Mauthausen.

Todo se clasificaba, limpiaba, reparaba, catalogaba, almacenaba. Luego se servían los pedidos a empresas interesadas. Fue próspera la venta de abrigos, botas, impermeables, jerseys y ropa interior de calidad. Debieron tener poca solicitud los juguetes, los trajes de mujer y de hombre, los objetos personales y las maletas… Cuando los soviéticos entraron en los campos polacos hallaron millones de maletas, perfectamente clasificadas y, en muchísimos casos, con el nombre de sus propietarios y su remite.

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