bomba atómica

Todas las fotografías existentes de Tunguska muestran un espectáculo idéntico: la devastación sin precedentes de una gigantesca masa forestal.

Stalin y la fabricación del mito de Tunguska.

Dichas fotografías son al menos de 1927, según las propias fuentes soviéticas , año en el que según se dice Leonid Kulik descubrió el sitio tras realizar su prosaica y afortunada expedición en trineo, atravesando miles de kilómetros de bosque impenetrable. Las fotografías aéreas son, según las fuentes, algo más tardías, de finales de los años treinta. Sin embargo ofrecen el mismo espectáculo: desolación total, ninguna recuperación forestal a pesar de haber transcurrido más de treinta años del suceso.

A partir de 1946, la recuperación del bosque de Tunguska parece casi instantánea, al igual que ocurrió en los años siguientes al bombardeo de Hiroshima, por efecto de la radiación. Una milagrosa respuesta retardada de la naturaleza?
Pero tenemos un buen ejemplo cercano: En 1980 se produce la explosión volcánica del monte St. Helen, situado en el estado de Washington, en el extremo noroeste de los estados unidos. Una fuerza un millón de veces mayor que la del fenómeno de Tunguska hace desaparecer media montaña, y destruye y derriba millones de árboles en un radio de decenas de kilómetros. Pero la secuencia de fotografías realizadas con posterioridad nos revelan la casi total y espectacular recuperación de los bosques vecinos al volcán en solo quince años.

Sin embargo, casi cuarenta años después de la misteriosa explosión de Tunguska, en 1946, el aspecto del devastado panorama forestal es aún idéntico al de los bosques de St. Helen en 1981, solo un año después de la catástrofe americana. Algo parecido ocurre en Hiroshima: pero por efecto de la radiación, se produce un crecimiento vegetal acelerado en el área previamente destruida por la bomba atómica. De ser cierta la hipótesis soviética de la historia de Kulik, en 1927 la recuperación del bosque de Tunguska tendría que haber sido casi completa.

Todo parece indicar que la explosión de Tunguska no pudo ocurrir en 1908: Se trata de una sofisticada falsificación de los servicios secretos de Stalin, que ocultaron las huellas de la misteriosa deflagración tras la cortina de humo de la caída de varios metereoritos ocurrida a principios de siglo en un área indeterminada de Siberia y tras una fantástica historia de una supuesta expedición de búsqueda que parte justamente al comenzar el estalinismo, y que termina en 1942, al morir Leonid A. Kulik a los sesenta años de edad, en el frente del este luchando contra los alemanes… y al ser detenido, exterminado por el tifus y desintegrado en un campo de concentración alemán !! . (Conviene señalar hache que los rusos nunca enviaron al frente a nadie que supiera algo más que leer y escribir. Todos los hombres y mujeres de formación superior quedaron desde el primer día exentos del combate y eran usados en las industrias soviéticas de retaguardia. Mucho menos eran enviados al frente científicos de sesenta años de edad).

¿Porque atacar Tunguska?

Cuando en 1943 le fue mostrado a Adolf Hitler el funcionamiento del nuevo y revolucionario caza a reacción Me262, reaccionó de una forma aparentemente ilógica: decidió convertir el nuevo caza en un bombardero táctico, ante la sorpresa y consternación de los militares presentes. Hitler veía en aquel caza la posibilidad de mostrar a sus enemigos que aún podía atacarles y bombardearles con total impunidad, al igual que hacían los aliados usando los gigantescos raids de bombarderos que azotaban Alemania.

Otro tanto ocurrió con el misil V-2. Aun siendo una maravilla técnica, militarmente la V-2 fue un fracaso absoluto. Provocó más muertos entre las tropas encargadas de su manejo y construcción que como resultado de su impacto en territorio enemigo. Muchos, entre ellos el propio ministro de armamentos Albert Speer, sabían que en aquellos momentos el programa de cohetes era un inmenso gasto superfluo para el Reich, pero Hitler lo veía de otra manera.

La V-2 era para él un «arma diplomática», un instrumento que podía forzar a los aliados a una tregua o a firmar una paz provocada por el miedo. Hitler nunca envió las V-2 contra los soviéticos, ya que simplemente no consideraba que esa fuera una medida de presión contra Stalin y su ejército, disperso y casi indiferente a la destrucción y las perdidas humanas.

El Führer era un obseso de la geopolítica. Para él, cualquier acción podía tener consecuencias políticas indirectas, tan barrocas e imprevisibles que pocos en su entorno eran capaces de detectar o adivinar. Este mismo criterio le empujó a firmar el pacto de no agresión con Rusia en 1939, a declarar la guerra a los americanos en 1941 para así presionar a los japoneses a un ataque contra la retaguardia Rusa, o a retirar las mejores tropas SS de la batalla de Kursk en su punto álgido y enviarlas a Italia, con objeto de reforzar la moral de los italianos aun leales a Mussolini tras su derrocamiento de 1943. Así era Hitler.

Para Hitler la bomba atómica era en esencia otra «arma diplomática» para cambiar de raíz el curso de los acontecimientos y descubriendo por primera vez una forma de hacer política que más adelante todo el mundo llamaría «política de disuasión nuclear». Bombardear una remota y deshabitada región de Siberia ofrecía varias ventajas, seguramente inexplicables para cualquiera que no estuviese familiarizado con la psicología del jefe del Reich.
No había forma de dañar seriamente a los soviéticos con una sola bomba atómica, ya que su industria y su ejército estaban dispersos por la inmensidad soviética.

Otra cosa habría sido que Hitler hubiera dispuesto de varios cientos de bombas como la de Hiroshima, que, bien empleadas en el frente del este podían haber desintegrado buena parte del ejército Ruso. El riesgo que corrían los alemanes era mínimo, en caso de que la bomba no explotara al ser lanzada sobre Tunguska . El artefacto atómico quedaría perdido en el denso y desierto bosque siberiano, sin posibilidad de ser recuperado y reutilizado de forma inmediata por los soviéticos.

Bombardeando intencionadamente una zona desértica de Siberia, Hitler evitaba incrementar el odio y la represalia que las tropas rusas, ya en territorio alemán, estaban mostrando contra la población y el ejército germano conquistados. Con la explosión en Tunguska advertían a Stalin y sus aliados de la existencia del arma atómica.

El objetivo de Hitler era esencialmente otro: persuadir a los anglo-americanos de que era mejor firmar un acuerdo, o de lo contrario podía bombardear Nueva York o Washington, objetivos aéreos equidistantes a la lejana Tunguska, si tomamos como punto de referencia el centro de Europa. Hitler confiaba en que los rusos hablaran inmediatamente a los americanos de la explosión de Tunguska, y que después ellos sacaran conclusiones al medir las distancias, y descubrieran que podían ser susceptibles a un ataque atómico nazi.

En la mente de Hitler, Tunguska era por tanto el sitio ideal para dejar caer la primera bomba atómica operativa de la historia, una bomba idéntica a la de Hiroshima.

Pero una vez más, sus sofisticadas expectativas geopolíticas chocarían con el pragmatismo elemental de sus enemigos angloamericanos y rusos, que rara vez cedieron o entendieron las complejas maquinaciones políticas hitlerianas. El Jefe del Reich de los mil años aun tendría fuerzas para organizar su ultima «gran jugada geopolítica», quizá la más exitosa, a la vista de las fuertes polémicas, la represión y censura que aun suscita lo «nazi», y los millones de admiradores del nacional-socialismo que hay en el mundo casi sesenta años después: la creación del mito histórico de la resistencia del régimen nazi en Berlín hasta la aniquilación total.

Hitler promete la victoria final

En su ultima alocución radiada del día 23 de Febrero de 1945, el propio Adolf Hitler promete la victoria final, mientras declara, en boca de un dramático Joseph Goebbels, que pide a Dios que le perdone por hacer uso de un arma demoledora y definitiva. Esa misma mañana ha tenido conocimiento de la misión exitosa del Heinkel He 177 que había despegado doce horas antes desde un aeropuerto en Checoslovaquia. Optimista por la prueba atómica, se atreve incluso a visitar personalmente a sus tropas, que se baten en el frente del Oder.

El ambicioso plan pretende mostrar a los aliados el poder de la nueva arma, así como el radio de bombardeo aun posible de la aviación nazi, con objeto de forzar una tregua en ambos frentes del conflicto.

Hitler pensaba que la a practica equidistancia de Tunguska a Turingia y de Nueva York a Kristiansand (el punto de Europa bajo control alemán más cercano a la costa este americana ) forzaría a los americanos a pensar en la posibilidad de una ataque alemán contra alguna superpoblada ciudad de la costa este estadounidense.

Simultáneamente se comunica al neutral gobierno español del peligro colateral y no intencionado que pueden sufrir algunas ciudades fronterizas españolas con Francia, a consecuencia del uso de las nuevas armas. En aquellas fechas los puertos franceses de Burdeos, Niza, Tolon y Marsella, próximos todos ellos a España, estaban siendo usados masivamente por la flota angloamericana, y por tanto se convertían en objetivos prioritarios de un posible bombardeo atómico alemán.
Pero Stalin calla, y no comunica el ataque nuclear sufrido en Tunguska a sus aliados angloamericanos. Sus tropas se encuentran ya muy cerca de Berlín, y sabe que incluso un ataque generalizado alemán contra Rusia tendrá poco efecto sobre la maquinaria bélica soviética: sus principales ciudades están ya destruidas, ha perdido veinte millones de rusos a manos alemanas y su industria esta dispersa por las inmensidades de Siberia. No hay posibilidad de un ataque concentrado contra los rusos para ese tipo de armas, a no ser que la Alemania nazi disponga de cientos de bombas como la de Tunguska.
A los pocos días Stalin comprueba que no hay ataque atómico masivo alemán, y ordena al ejército rojo el asalto definitivo a la capital del Reich.

Hitler no usa la bomba.

Tras el fracaso de las posibles negociaciones con Stalin, y ante la inexistencia de una respuesta angloamericana, Hitler se encuentra en la peor de las situaciones posibles. Su ejército se bate en retirada en el oeste, retrocede sangrientamente en el este y su sistema industrial, que permanece intacto en un 80% en el subsuelo alemán, se ahoga por la falta de suministros.

Un bombardeo de aviso como el de Tunguska contra los americanos era extremadamente difícil para los nazis: Toda la Europa ocupada por los aliados, así como toda la costa este americana, única zona al alcance de un bombardeo alemán, estaba densamente poblada y podría entenderse el bombardeo como un ataque directo contra la población. Un impacto en el atlántico podría provocar efectos imprevisibles , quizás un maremoto, al no haber sido probada la bomba en el mar. Adicionalmente podía ser mal interpretado como un error técnico alemán o deberse a un fenómeno natural, como la caída de un meteorito. Una demostración en el desierto del norte de África o en Groenlandia podría dar una imagen equivocada de la potencia destructiva de la bomba, como ocurriera en el test de Trinity de Alamogordo: la explosión tan solo destruyó la torre que sostenía la bomba y vitrificó una delgada capa del suelo, dando lugar a un nuevo mineral, la trinitina.

Solo le quedaba a Hitler la posibilidad de un ataque directo contra Nueva York u otra gran ciudad de la costa este americana, para forzar una posible paz con occidente, aun cuando las V-2 que ya se lanzaban sobre Londres no conseguían obligar a los ingleses a una negociación.

Hitler se muestra inseguro: la muerte repentina de quizás millones de personas a consecuencia de un ataque nuclear puede provocar una respuesta indeseada por parte americana. Ante la aplastante superioridad aérea aliada, Hitler teme que los aliados se atrevan por fin a un bombardeo masivo con gases o con armas bacteriológicas, mucho más letal que los bombardeos convencionales que ya sufrían los alemanes en toda su intensidad.

Además persiste el temor fundado de que los americanos dispongan ya de un arma atómica de características similares, que no haya sido usada aún, por las mismas razones que no se usaban los agentes químicos o bacteriológicos.
Los norteamericanos no tendrían tantas consideraciones a la hora del bombardeo atómico de ciudades japonesas. Sabían, gracias a la captura del submarino U-234, que los japoneses no disponían ni de bombas atómicas, ni de cohetes, ni de capacidad para una posible respuesta de represalia contra los Estados Unidos, así que podían efectuar el ataque nuclear con total impunidad.

Sin embargo ese miedo a la represalia asegurada si funcionó durante los cincuenta años de guerra fría posteriores, en los que se evitó el uso de armamento atómico gracias a la estrategia mutua de «disuasión nuclear».

Si Alemania hubiera conseguido terminar la producción de los misiles intercontinentales A-9/A-10 o los bombarderos a reacción de largo alcance Horten XVIII o Junkers E-555, o el bombardero antipodal Sänger, Hitler hubiera podido atacar con alguna garantía a los aliados desde sus bases subterráneas en Turingia, mientras él permanecía atrincherado en su reducto alpino, hasta forzar la deseada tregua.

También hubiera necesitado el dictador alemán que la producción en serie de bombas atómicas fuera al menos diez veces superior a lo conseguido hasta entonces, apenas dos bombas operativas de plutonio y una de uranio, y material fisionable para otras veinte bombas más…

El 20 de Marzo cae definitivamente Budapest, y con Hungría caen también las gigantescas factorías Manfred-Weiss, pertenecientes al emporio económico de las SS y lugar donde se ensamblaban las bombas atómicas alemanas. Era tal la importancia de dicha factoría que las cinco mejores divisiones de las SS, más de 70.000 hombres, fueron desplazados desde el sur de Alemania y desde Austria, provocando un rápido avance enemigo en ambos frentes. A pesar de que solo 1.000 hombres de las Waffen sobrevivieron a la terrible lucha en defensa de la Manfred-Weiss, Hitler, en un arrebato de ira, ordena que los soldados de las SS se arranquen las bandas-insignia de los brazos con el nombre del Führer, y desautoriza de su poder a Heinrich Himmler. A partir de entonces, será también el General Kammler el jefe «de facto» de las Waffen SS.
El 3 de Abril los americanos y los rusos invaden Turingia ocupando las bases y fabricas secretas alemanas. Hitler se reúne urgentemente con Kammler y le hace llegar nuevas órdenes: Aún quedaba una posibilidad de un ataque aéreo contra una ciudad americana desde la base de Kristiansand, en Noruega, enviando un bombardero de largo alcance He177 a recoger un ingenio nuclear llevado allí por el submarino U-234.

A raíz de la muerte de Roosevelt, Hitler volverá a creer en un cambio radical de la situación, esperando como Federico el Grande el milagro de un posible enfrentamiento inminente entre los aliados occidentales y sus cada vez menos fiables compañeros de armas soviéticos. El enfrentamiento deseado por Hitler solo llegaría tras la melodramática muerte del Führer, y se extendería durante los 50 años siguientes, los años de la «guerra fría».

El día 15 de Abril, tras comprobar que el nuevo presidente americano Truman continuará las hostilidades, y temiendo una brutal represalia angloamericana, Hitler decide no ejecutar el ataque aéreo contra Nueva York desde Kristiansand. Ese mismo día el submarino U-234 parte del puerto noruego con rumbo a Japón, pero su destino final es incierto, dado el desarrollo que estaban tomando los acontecimientos. La decisión de Hitler de no emplear la bomba atómica provoca una desbandada general entre los altos mandos de las SS y de la Luftwaffe, partidarios ambos del uso del arma nuclear como única alternativa para forzar un pacto a la desesperada con los aliados. Herman Goering anunciará su deseo de negociar con los americanos el día 23 de Abril, lo que provocará su detención por orden de Hitler. Al mismo tiempo Heinrich Himmler se pondrá en contacto con el Conde Bernardotte para negociar una rendición por separado, sin contar con el Führer.
Hitler centra sus últimos recursos en un final «heroico» para su régimen, con la idea de marcar en la historia universal una resistencia épica sin precedentes, sacrificando hasta el último hombre en la capital del Reich .

Pocos días después del suicidio de Hitler, el conde Schwerin von Krosigk, recién nombrado ministro de asuntos exteriores del efímero gobierno del almirante Doenitz, comunica a la agencia de noticias Reuters que «..Hitler no había echado mano de la última arma terrible que el Reich tenía a su disposición…» El día 10 de Mayo el Almirante Doenitz firma la rendición incondicional de Alemania. La guerra en Europa había terminado.

Aún le quedaba a Hitler, ya muerto, una ultima baza que jugar contra sus enemigos, en la lejana guerra del Pacifico. Siempre preocupado por sus complejas maquinaciones de estética política, el Führer prefirió pasar a la Historia sin quedar como el Padre del primer ataque atómico, dejando la responsabilidad de ese crimen final en manos de los japoneses. Poco imaginaba Hitler que el seis de Agosto de 1945 los norteamericanos, en nombre de la democracia y la libertad, se mancharían finalmente las manos con WuWa, la bomba nazi, provocando el asesinato instantáneo de 150.000 personas en un segundo. Un record de velocidad aún no igualado en la eliminación de seres humanos.

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