Proyecto Manhattan

El 3 de Marzo de 1945 el senador James F. Byrnes escribió un memorandum dirigido al presidente de los estados unidos en el que le detallaba los resultados del proyecto Manhattan, así como el abusivo coste de dos billones de dólares gastados en el Proyecto Manhattan.

Proyecto Manhattan, mayo de 1945: No hay bomba

Además solicitaba la suspensión de las investigaciones, dado el rumbo de la guerra y del éxito de los bombardeos convencionales. En mayo la desesperación en el proyecto Manhattan es total: hace tiempo que se ha renunciado a la construcción de una bomba operativa de uranio 235, y aunque se ha producido cantidad suficiente de plutonio 239 (unos 15 kilogramos) no se ha encontrado aún el método de hacer implotar la bomba de plutonio.

Como resultado en Junio de 1945 son muchos los políticos americanos que claman por una finalización inmediata de los gastos disparatados de la investigación atómica, ya que estimaban que la guerra estaba prácticamente ganada y que los brutales bombardeos de los B-29 contra Japón eran presión suficiente para terminar la guerra.

Pero al parecer la bomba atómica se había convertido también en un «arma diplomática» para el presidente Truman: su uso impune forzaría una rendición instantánea del Japón y sería un serio aviso contra el peligroso expansionismo soviético.

Los fusibles infrarrojos de Von Ardenne y la bomba de plutonio.

El Proyecto Atómico Nazi, WuWa! WunderWaffen (6/6)
Manfred Baron von Ardenne

Cuando el submarino U-234 se rinde en el puerto de Portsmouth, un supuesto comandante del ejercito americano llamado Álvarez habla con la tripulación alemana del navío, y posteriormente se hace acompañar por el oficial Schlike, al parecer un experto en sistemas de detonación por infrarrojos que también viajaba en el enorme submarino. Además el «comandante» Álvarez se lleva del buque unos 1200 fusibles de infrarrojos inventados por el científico alemán Von Ardenne, listos para ser usados.

El destino de ambos, Álvarez y Schlike, es el laboratorio de Los Álamos en Nuevo México, donde se desarrolla el grueso de los trabajos del ultra secreto proyecto Manhattan. El equipo de investigadores de Los Álamos tiene un serio problema: aparentemente han conseguido fabricar suficiente plutonio para terminar una bomba atómica, pero no consiguen hacerla explotar.

Para ello necesitan que una pequeña esfera formada por 32 porciones de explosivo juntadas de una forma similar a un balón de fútbol exploten simultáneamente en una fracción de segundo. Dicha explosión provocaría la implosión de una bola de plutonio, forzándola a alcanzar la densidad y masa crítica necesarias para provocar la deflagración atómica. Durante mucho tiempo han estado ensayando métodos electrónicos de detonación, pero leves diferencias de velocidad en la activación de los fusibles de detonación hacen que los explosivos no exploten simultáneamente, y por tanto la implosión del plutonio no tiene lugar.

El oficial alemán capturado Schlike les da la solución: usando los fusibles infrarrojos inventados por Manfred Baron von Ardenne para el régimen nazi, se consigue que los 64 fusibles que envuelven a los 32 segmentos de explosivo convencional detonen a la velocidad de la luz, simultáneamente y provocando la implosión necesaria del plutonio. Es el propio Schlike quien instala los fusibles de la bomba de la prueba de Trinity, que se hace estallar el 16 de Julio de 1945 en el desierto de Nuevo México. Es, según la versión oficial de los vencedores, la primera explosión nuclear de la historia.
Cuando el artefacto explota a la primera, todos se sorprenden de la potencia de la deflagración. Todos menos Schlinke. Tras la guerra el oficial alemán seguiría trabajando en el proyecto nuclear americano, beneficiado por el programa Paperclip de reclutamiento masivo de científicos e ingenieros nazis.

¿Y el comandante Álvarez? No existió nunca tal comandante. El responsable del sistema de detonación del plutonio del proyecto Manhattan, el Dr. Álvarez, se había disfrazado de militar americano con objeto de ganarse más fácilmente la confianza de los militares nazis. Más tarde Álvarez pasaría a la historia como el hombre que había resuelto el problema de la implosión del plutonio en el último minuto. También se haría famoso por su teoría de la desaparición de los dinosaurios a consecuencia del impacto de un meteorito, y ganaría finalmente el Nóbel de física por sus descubrimientos en el campo de la tecnología de infrarrojos.

60 kilos de U235 sobre Japón

El 16 de Julio los científicos del proyecto Manhattan hacen explotar su primera bomba en Alamogordo, una bomba de plutonio. No hubo más pruebas, la bomba de plutonio funcionaba.

Sin embargo, lo que cayó sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 no fue una segunda bomba de plutonio. Era una bomba conteniendo 60 kilos de uranio 235. Una bomba que jamás había sido probada y de la que se desconocían los efectos de su explosión. Más tarde, ante las sospechas que provocó la falta de pruebas previas realizadas con la bomba de uranio, los responsables del proyecto Manhattan argumentaron que se trataba de una bomba mucho más simple que la de plutonio, que al igual que en un fusil se activaba disparando una carga subcrítica de uranio sobre otra masa subcrítica. Afirmaban que estaban tan seguros de la explosión que estimaban que no era necesaria una prueba previa. Se desconocía si la bomba de 60 kilos de uranio era más potente que la bomba de 15 kilos de plutonio probada el 16 de Julio. No se sabía tampoco si podía provocar la temida reacción en cadena atmosférica, extendiendo su efecto a todo el planeta.

A pesar de todas estas importantísimas cuestiones la bomba es dejada caer sobre la ciudad japonesa antes que la ya probada de plutonio. Existía otro grave riesgo: para provocar el máximo daño con la explosión, el mecanismo de disparo de la bomba debía detonar a unos 600 metros del suelo, lo que se conoce como «ground zero». Para ello la bomba llevaba un delicado sistema de presión atmosférica controlado por un circuito electrónico muy sensible.

La bomba debía ser montada y armada en vuelo, pocos minutos antes de ser lanzada, con objeto de que la radiación emitida por el hiper-activo uranio 235 no dañara los circuitos de disparo y provocara el ingenio no explotase en el momento adecuado, o lo que es aún peor, que diera lugar a una explosión precipitada en vuelo. A eso hay que añadir el riesgo estadístico: casi un diez por ciento de las bombas convencionales lanzadas durante la segunda guerra mundial no explotaron. Además la bomba llevaba un pequeño paracaídas que frenaba su descenso, con objeto de evitar que una variación de presión por la velocidad de caída la hiciera explotar en una cota inadecuada. Eso significaba también que la bomba, de no explotar, caería intacta en el bando japonés.

El hecho de que la bomba de uranio pudiera caer sin explotar en manos enemigas podría acarrear consecuencias gravísimas e imprevisibles: los japoneses tendrían a su disposición 60 kilos de uranio 235 puro, que podrían usar rápidamente en un ataque de respuesta contra los estados unidos. El grado de avance del programa nuclear japonés estaba lo suficientemente desarrollado como para entender la mecánica de la bomba de Hiroshima. De hecho, al finalizar la guerra fueron incautados a los japoneses dos ciclotrones y al menos cinco reactores nucleares en construcción en Japón y Corea, aunque el estado de desarrollo de dichos reactores es todavía un misterio no desclasificado por el gobierno de los estados unidos. También se requisaron a los japoneses varios cazas y cohetes operativos idénticos a los usados por los alemanes.

Es fácil encontrar documentación sobre el proyecto de la bomba de plutonio. Cada una de las fases de su desarrollo esta suficientemente explicada en miles de artículos y declaraciones efectuadas por los artífices del proyecto Manhattan. Sin embargo, es mucho más difícil encontrar documentación desclasificada de la bomba de uranio lanzada sobre Hiroshima.

Dicha bomba y su uso sigue provocando entre historiadores y expertos agrias discusiones acerca de su verdadera naturaleza. Pero la contestación definitiva a todas las cuestiones suscitadas puede ser resuelta con una sencilla explicación: la bomba de uranio de Hiroshima ya había sido probada con anterioridad por los alemanes en un remoto bosque siberiano.

Oppenheimer, Churchill y el General Putt hablan

9 de agosto de 1945. Los japoneses se rinden, la guerra ha acabado y el estado de euforia general entre los aliados hace que se baje la guardia ante la prensa, desapareciendo temporalmente el severo secretismo practicado en el bando vencedor. Incluso los científicos implicados en el proyecto Manhattan hacen declaraciones a la prensa, entre ellos uno de los principales responsables del mismo: Oppenheimer afirma en una inocente entrevista sobre los apuros y prisas que la bomba de plutonio había ocasionado a su equipo de trabajo. Al ser preguntado por la bomba de Hiroshima la respuesta rápida: era una bomba que lo alemanes ya habían probado, no había nada que investigar, solo usarla. Pero Oppenheimer no fue el único en ser generoso con sus respuestas.

El día 26 de agosto de 1945 apareció en todos los diarios del mundo, incluido «The Times» y el «New York Times» una intrigante nota de prensa emitida simultáneamente por el gobierno ingles y por el ejercito norteamericano, en base a los resultados de la investigaciones efectuadas por el grupo CIOS de inteligencia aliada: el comunicado habla del avanzado estado de la investigación nuclear alemana, de la importancia del material incautado a los nazis y de sus repercusiones en la victoria sobre Japón. También se hacia mención a los cohetes intercontinentales alemanes ya desarrollados y a los sistemas de antirradar implementados en los aviones y submarinos nazis al final de la guerra.

Son dignas de señalar las declaraciones efectuadas por el teniente coronel John A. Keck, jefe de inteligencia e investigación de armas enemigas del SHAEF,, le comunicó a Clark Kinnaird: «..los alemanes no estaban satisfechos con los horribles efectos devastadores de las V-2. Sin embargo ellos desarrollaron un sistema para lanzar las V-2 desde submarinos inmersos y estuvieron trabajando en un cohete llamado A-10 con una alcance de 3000 millas, cuando llego el día de la victoria en Europa. Tenían planes para un «ingenio de la muerte», que mataba cualquier cosa en su enorme radio de acción: cualquier cuerpo con agua era convertido al instante en vapor, cualquier bosque arrasado por el fuego, cualquier ciudad desintegrada». Clark Kinnaird publicaría dicha información en la página 78 de su libro «The Black Book Of Fascist Horror» publicado por Pilot Press en Junio de 1945. De dicho libro se distribuyeron sólo dos mil ejemplares antes de su retirada por el gobierno americano. La bomba atómica era secreto: aún no había sido lanzada sobre Hiroshima.

La primera frase pronunciada por un autocomplaciente Reichmarsall y jefe de la Luftwaffe Herman Goering al ser detenido fue: «…han tenido mucha, mucha suerte de que la guerra no haya durado unos meses más..».

Tras cincuenta años de sequía informativa provocada por los vencedores, hemos ido conociendo paulatinamente la realidad de los programas de cohetes y de aviones a reacción nazis, los planes sobre armas químicas y bacteriológicas o los nuevos submarinos y su influencia capital en el desarrollo de todo tipo de armas tras el fin de la guerra mundial y en el programa espacial de ambas superpotencias.

Sin embargo no es pública todavía la documentación incautada referente al sofisticado programa atómico alemán. El primer ministro Winston Churchill y el general Putt, al mando del grupo de ejércitos americanos en Europa, declararon públicamente y sin ambigüedades en Agosto de 1945, ya terminada la guerra contra Japón que los alemanes disponían de dos bombas atómicas totalmente operativas al finalizar el conflicto, así como ingentes cantidades de armas nuevas a punto de entrar en combate.

Cruzar el atlántico en 17 minutos

El Proyecto Atómico Nazi, WuWa! WunderWaffen (6/6)
The New York Times & The Times

Gracias en gran parte a la caída del muro y a la reunificación alemana, que ha traído aparejada la liberación de muchos documentos que estaban en manos de los países que se alineaban hasta hace poco con el bloque soviético, hemos podido certificar la realidad de las afirmaciones expresadas en el «New York Times» y el ingles «Times» del día 26 de Agosto de 1945.

Uno de los aspectos más llamativos de dicho comunicado era la supuesta existencia de cohetes intercontinentales, capaces de bombardear objetivos situados al otro lado del atlántico y alcanzarlos en apenas un cuarto de hora. Ya no es ningún secreto los planos, diseños e incluso fotografías mostrando misiles operativos nazis, como el Rheinbotte de cuatro fases, la espectacular lanzadera espacial tripulada A-4b, el Waserfall anti-aéreo o el descomunal A-9/A-10 de dos fases, en sus versiones de bombardeo tripulado y misil balístico.

Pero aún más intrigante es el proyecto de bombardero antipodal Sänger, que lanzado desde una plataforma de tres kilómetros de longitud era capaz de bombardear desde el espacio cualquier objetivo terrestre en menos de media hora, volviendo a continuación a su base de origen, mediante un ingenioso sistema de reentrada por rebotes en la atmósfera. Un buen ejemplo de la importancia dada a dichos descubrimientos nazis estriba en un suceso ocurrido en Paris en el año 1956: un comando ruso secuestra al matrimonio Sänger en Francia, con objeto de que estos desarrollaran para Stalin el proyecto de bombardero antipodal «Silverbird» .

Existen indicios suficientes para demostrar que todos estos proyectos fantásticos estaban siendo desarrollados en las profundidades de las factorías subterráneas de Turingia, y la abundante documentación fotográfica muestra que muchos de esos ingenios fueron algo más que prototipos experimentales.

Preguntas sin contestar

Según se relata en las memorias de Winston Churchill, durante la conferencia de Postdam a finales de Julio de 1945, él y Truman decidieron contarle a Stalin que habían probado con éxito una bomba de gran poder destructivo en Nuevo México. Para sorpresa de ambos, el dictador ruso contestó con total indiferencia: «¿…también han conseguido una bomba atómica?..que suerte!. Esa bomba es tremenda. Tírensela a los Japoneses.» No hubo más preguntas por parte de Stalin.
En mayo de 1945 Heinrich Himmler mostraba una inaudita autoconfianza en su futuro inmediato. Según se puede leer en la autobiografía de Speer, el Reichführer Himmler tenia cartas que jugar con los vencedores, cartas que le permitirían ayudar a vencer a los japoneses en el pacifico y a los rusos en el inminente conflicto mundial que muchos creían inevitable entre occidente y el bloque soviético. Pero se adelantaron sus dos hombres de confianza, el jefe de la Gestapo Müller, entregando el submarino U-234 a los americanos a cambio de una nueva vida, y también el General Kammler, poniendo a disposición de los soviéticos los ingenieros y los secretos de los programas espacial y nuclear nazis. Al comprobar Himmler que su jugada ya no era útil a ninguno de los dos bandos aliados, cometió suicidio mediante la ingestión de una cápsula de cianuro el 23 de Mayo de 1945.


El 21 de Junio de 1946, durante el juicio de Nüremberg, el fiscal Jackson pregunta a Speer acerca de la explosión de un artefacto nuclear en las cercanías de Auschwitz, explosión aparentemente realizada con objeto de desintegrar a 20.000 judíos atrapados en el interior de una pequeña aldea construida para el evento. Speer negó tal posibilidad, argumentando que, por lo que él conocía, no había programa atómico alemán alguno para fabricar una bomba. Esta misma pregunta le fue realizada a otros jefes del tercer Reich, pero sus contestaciones, así como muchas otras declaraciones efectuadas en el juicio, permanecen clasificadas y desconocidas para el público.


El 26 de Febrero del año 2001 la organización Simón Wiesenthal reclama a la CIA un esclarecimiento del destino sufrido por el Jefe supremo de la Gestapo, Heinrich Müller. Al parecer es detectable su presencia no solo en algunos documentos desclasificados relativos a campos de concentración americanos en 1945, sino en fotografías de la época que le muestran en el puerto de Portsmouth el 19 de Mayo de 1945, recibiendo al submarino U-234. Oficialmente Heinrich Müller cometió suicido el 28 de Abril de 1945, pero en 1973 el gobierno alemán, a petición de la familia de Müller, autorizó la exhumación de sus restos. Lo que se encontró en la tumba eran los cadáveres de tres soldados anónimos. Ninguno correspondía a Müller.


Como jefe de la Gestapo, fue el propio Heinrich Müller quien controló y planificó la carga y salida del U-234, según las ordenes recibidas por Hitler. Existe la sospecha fundada de que la CIA dió una nueva identidad al jefe de la Gestapo a cambio de la captura del submarino U-234 y los secretos atómicos nazis que transportaba.


Ya comenzado el siglo XXI, más de 300 millones de documentos sobre la Alemania Nazi permanecen retenidos en los archivos secretos de los Estados Unidos. En base al Acta de Libertad de Información, todo documento secreto debe ser hecho público antes de transcurrir treinta años desde su clasificación. El 16 de Febrero de 1999, el Departamento de Defensa americano declaraba en una carta publica, en su sección 13 -A2, que la desclasificación de todos esos documentos «…sería causa de un grave daño a la seguridad nacional».


Casi sesenta años después de los hechos, muchos se preguntan cual es el contenido tan secreto y dañino de los papeles concernientes al Tercer Reich, cual es el peligro y por qué siguen clasificados y negados a la opinión pública y a la Historia de la Humanidad.

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