Edward Tucker y su cuñado Robert Canton, que se dedicaban en las islas Bermudas a la recuperación de buques, descubrieron unos cañones en una profunda hondonada de arena entre dos arrecifes.
Extrajeron los cañones y algunos otros objetos procedentes de una antigua nave española y los vendieron al Bermuda Monuments Trust.
Cuatro años después, en 1954, volvieron con mejores medios y comenzaron a encontrar tesoros más interesantes que habían permanecido ocultos durante siglos.
Con grandes dificultades lograron identificar el barco español. Se trataba del San Pedro, hundido en 1595. En el interior y a su alrededor, Tucker y Canton encontraron 2.000 monedas de plata, joyas variadas y lingotes de oro, además de una serie de armas de fuego que revelaron importantes datos sobre el navío naufragado.
Pero el hallazgo más interesante de todos fue un crucifijo de oro de ocho centímetros de longitud por cinco de anchura, con siete magníficas esmeraldas, la mayoría gemelas y perfectamente engastadas.
El crucifijo resultó ser una cruz pectoral, símbolo de la autoridad de los obispos. Se considera como el objeto más valioso de cuantos jamás se han hallado en el fondo del mar. Es casi imposible fijar su precio, pero se han aventurado cifras entre 50.000 y 160.000 dólares.