henry morgan

El principal testigo de las actividades bucaneras, fue john Esquemeling, quien publicó en 1678 en los Países Bajos su célebre libro «Bucaneros de América», aunque sus relatos son exagerados, navegó con distintas bandas de bucaneros, incluyendo a Henry Morgan, y participó en sus saqueos durante al menos una década.

La ascensión de la hermandad sangrienta, Henry Morgan y los bucaneros del mar Caribe
Henry Morgan

Según nos cuenta, llegó al Caribe de joven como criado ligado a contrato, una forma de esclavitud temporal, por la que a cambio de los costes del viaje y manutención, se accedía a trabajar hasta cumplir la duración del contrato, tras lo cual debería recobrar la libertad y una compensación en efectivo, y que demasiadas veces no se cumplía. Además la vida era la misma que la de un esclavo negro, una vida dura que muchos no dudaban en abandonar a la primera oportunidad, puesto que además los amos eran solían ser tan crueles como negreros. Y estando viviendo en Tortuga, no le resultó difícil a abandonar a su cruel amo cirujano y enrolarse con los piratas que le pagaron como tal, pues eran muy apreciados aun en una época en que la medicina daba pocas posibilidades al paciente. En el combate naval, era muy fácil ser herido por metralla o mas frecuentemente por las astillas de madera que saltaban al impacto de los proyectiles contrarios, con lo que los heridos y mutilados parciales eran muy abundantes y necesario un cirujano para extraer las astillas, amputar y cauterizar; además eran los encargados de que la salubridad de la marinería fuese lo mas alta posible, en una época en la que todavía era frecuente el escorbuto y las epidemias contagiosas aniquiladoras. Es curioso señalar que en las marinas, enfermo era el que no podía desarrollar su trabajo, y herido el que no se podía levantar por la gravedad de sus heridas.

Cuando se aprestaban para una expedición, se redactaba un contrato que todos firmaban y aceptaban, que acabó convirtiéndose en estandard. En el contrato, se especificaba cómo se iba a efectuar el reparto y se asignaban cantidades de dinero estipuladas para determinadas tareas como provisión de cirujano y medicinas, o de un carpintero y sus herramientas; para finalizar con la estipulación de una tabla compensatoria por las heridas recibidas durante la expedición, así un ojo ó un dedo reportaba 100 piezas de a ocho, el brazo derecho 600, y a la muerte se entregaba cierta cantidad a la viuda si la hubiese. Esquemeling se consideraba bien pagado con un salario de 250 piezas de a ocho -eran grandes monedas de oro muy puro, si no estaban falsificadas con otros metales-. Descontados los gastos, el botín se dividía en partes junto al palo mayor, un grumete recibía media parte, un marinero una parte, el capitán cinco y el contramaestre dos. Lo peor que un bucanero podía hacer era tomar parte del botín o robar a otro camarada, eran muy estrictos en ese sentido, y el castigo solía ser el abandono del infractor en un pequeño islote desolado, con sus armas y una cantimplora para que enloqueciera y muriera lentamente.

En sus saqueos se valieron de su intrepidez y astucia para asaltar barcos de doscientas toneladas o mas, desde embarcaciones que no solían superar las cincuenta toneladas con unos pocos cañones de pequeño calibre si disponían de ellos. Como relata Esquemeling de un tal Bartholomew Portugués, merodeando por la isla de Cuba con 30 hombres en una pequeña pinaza con cuatro cañones, se topó con un galeón en ruta desde Cartagena hasta La Habana que portaba 20 cañones pesados, y una dotación de 70 hombres -suponemos que tendría incluso mas, dado que sería insuficiente para maniobrar el buque, manejar los cañones que necesitarían unos 5 hombres por pieza, mientras desde las cubiertas, infantería dispara con armamento ligero prestos a rechazar a los abordadores y desde las cofias se usan ballesta para evitar peligro de incendios; aunque era frecuente no tener dotación ni para manejar todos los cañones e incluso tenerlos embalados para embarcar mas carga- que sucumbieron tras una larga lucha perdiendo el Portugués 10 hombres y cuatro heridos, capturando a cambio 70.000 piezas de a ocho y 50 toneladas de semillas de cacao de gran valor.

Cuando el Portugués trataba de llevar su presa a un puerto amigo donde comercializarla, se topó con tres galeones españoles que iban de la Habana a México capturándole sin dificultad. Durante el viaje Bartholomew que estaba especialmente vigilado, una noche su carcelero se durmió, y pudo apuñalarlo con el cuchillo de este, mas no sabía nadar y estaba atrapado en un barco bastante lejos de la costa. Con ingenio, vació dos jarras de vino del barco, las precintó para que no entrase el agua, se las ató a la cintura y se arrojó al agua. Descubierta su huida, los españoles le buscaron por los alrededores de Campeche mientras el los observaba divertido desde un árbol hueco. Abandonada la búsqueda, se trasladó hasta el Golfo de Trieste a 180 kilómetros invirtiendo dos semanas en el viaje, a cuyo fin encontró una banda de camaradas de Jamaica con los que se embarcó de nuevo.

También nos cuenta que Pierre François navegaba por Venezuela con 20 compañeros cuando divisaron una flota de barcos nodriza perleros -los indios eran empleados como buceadores operando desde pequeñas embarcaciones que trasladaban sus capturas a los otros mas grandes-. Acercándose con tranquilidad e indiferencia como si fuese otra embarcación española logró apoderarse del buque insignia con su cargamento de 100.000 piezas de a ocho. Para su desgracia, al intentar escapar, usó demasiado trapo por lo que rompió la mayor, con lo que las otras naves pudieron alcanzarlo. Atrapado, optó por la astucia y consiguió canjear su vida a cambio del entregar sin daño el botín recién capturado, cosa que los españoles aceptaron

Había además otra cualidad en los bucaneros, su capacidad para inspirar terror; tanto, como para que civiles y soldados huyesen despavoridos ante el anuncio o el rumor de la aproximación de los bucaneros. Así Rock Brasiliano, conocido y temido pirata holandés pudo escapar de las mazmorras españolas escribiendo una carta al gobernador español, en la que se amenazaba con no dar cuartel ni a el ni a sus habitantes desde un barco anclado a poca distancia de la costa, a menos que soltase a Rock, no se sabe cómo se hizo este con el papel y la tinta, ni cómo pudo hacerla llegar al gobernador y hacerla pasar por la misiva de otro capitán. Pero si creemos a Esquemeling, el gobernador aterrado liberó a Brasiliano y a sus cómplices después de haberles hecho jurar que cesarían en su pillaje, cosa que alegremente hicieron y prontamente olvidaron. No era para menos el terror que provocaban, pues a los ciudadanos pudientes les esperaba un secuestro por rescate y a las gentes corrientes la muerte; bien asesinados con armas o arrojados al mar. Mas la famosa plancha, parece ser que nunca fue usada mas que en alguna ocasión; Tampoco ondeaban la bandera de la calavera, generalmente sus insignias eran rojas con los motivos que el capitán escogiese, no apareciendo la «Jolly Roger» hasta 1700, término que parece que se deriva del francés «joli rouge» Rojo Bonito, refiriéndose no solo al color de la bandera, si no también a la sangre de sus víctimas.

De entre tanto rufián, había dos nombres que sobresalían por su locura y crueldad para contra los españoles a quienes deseaban destruir por encima de cualquier otras cosa, incluido el oro que los bucaneros dilapidaban en unos pocos días en los burdeles de Jamaica en una borrachera sin fin. Tan funestos personajes eran, los franceses L’Ollonais «el Olonés», y Mombars «el exterminador». Ambos fueron además piratas de éxito, que enrolaban negros cimarrones y indios deseosos de vengarse de los maltratos de los españoles. Por ejemplo L’Ollonais, capturó Maracaibo con una escuadra de ocho barcos, cuya población huyó aterrada, pillando las poblaciones de los alrededores y obteniendo 260.000 piezas de a ocho, 100.000 en artículos de lujo como seda y lino, y algo mas en plata, dinero que malgastaron en las tabernas de Tortuga.

Cada uno tenía sus torturas favoritas. Al Olonés le gustaban los corazones, que arrancaba del pecho de sus víctimas y comía aún palpitando y del que obligaba a comer al resto de cautivos, aunque hay quien dice que solo lo hizo en contadas ocasiones, no por eso era menos cruel. En una ocasión asó en un espetón a unos españoles cautivos porque no le quisieron proporcionar un cerdo para comer. Mombars, amante de los indios con los que casi exclusivamente tripulaba sus naves, tenía la perversión de practicar una incisión en el estómago de sus víctimas, extraerles parte del intestino y clavando este a un arbol o a un mastil, hacer correr al infortunado cautivo mientras iba perdiendo las tripas en su huida. Ninguno de los dos eran grandes marinos, embarrancando constantemente en unas costas poco conocidas incluso por los españoles, que perdieron cientos de barcos en las aguas del caribe, siendo las desgracias y percances los instrumentos de cartografía de los mapas marinos, descubriendo por accidente los peligrosos bajios, las fuertes corrientes y los a veces caprichosos vientos que podían impedir tomar determinado rumbo o que cesaban por completo en algunas zonas como le sucedió a Cristóbal Colón y al Olonés en la costa de los mosquitos, en donde se pudrieron mas de un mes. De Mombars no se sabe cómo acabó sus días, simplemente desapareció, por lo que es de suponer que su barco se hundiera en una tormenta o embarrancase como le sucedió al L’Ollonis en las costas de Nicaragua. Capturado por los indios Darien, hay distintas versiones sobre su muerte, unos opinan que fue devorado junto con el resto de sus hombres, y otros que sufrió una tortura distinta de descuartizamiento; toda una justicia poética.

No podemos terminar este capítulo sin hablar de Henry Morgan, «un demonio de mar», muy posiblemente el bucanero con mas éxito que haya existido. Parece que nació en Gales hacia 1635 de una familia militar de la que dos tíos alcanzaron notoriedad y poder luchando con junto al Duque de Albemarle valedor de la familia; y que se desplazó hasta el caribe como criado ligado a contrato; abandonando Barbados y recuperando su libertad al participar en la fallida expedición inglesa destinada a tomar la Española, que tuvo que contentarse con Jamaica, en la que había muy poca presencia española, por ser una isla insalubre repleta de mortíferas alimañas, que posteriormente se descubriría ideal para plantar caña de azúcar de la que obtener el novedoso y preciado ron; aunque hay diversas variaciones de la historia. Morgan tenía muchas cualidades, además de su resistencia física y a las enfermedades, aunque era un hombre mas bien delgado.

Comenzó su carrera en el mar acompañando al comodoro sir Christopher Mings en una expedición que partiendo de Jamica recorrió el caribe, atacó Cumana, Puerto Cabello y Coro en 1659, capturando unos 22 cofres de plata que contenían cada uno 175 kg, sobre millón y medio de piezas de a ocho; no se había capturado tal riqueza desde los tiempos de Drake. Con el dinero obtenido de la empresa, pudo fletar un barco que acompañó a Ming en una nueva expedición contra Santiago de Cuba, que saquearon durante cinco días destruyendo las fortificaciones al retirarse. Durante dos años compartieron aventuras hasta que Mings fue llamado a Inglaterra para pelear contra los holandeses, dejando el campo libre a la inciativa de tan aventajado alumno, inciando su primera expedición como jefe de una flota bucanera en 1663, partiendo con dudosos documentos de patentes de corso con las que Morgan siempre procuraba equiparse, en previsión de complicaciones legales con la corona.

Se dirigió hasta Villahermosa no asolada antes por piratas, población que saqueó. Cuando se retiraba hacia sus naves, los españoles habían descubierto el escondrijo de estas y habían vencido a sus guardianes, dejaron a Morgan sin transporte, mas no se amilanó y capturando cuatro grandes barcas españolas, se dirigió a continuación a Gran Granada que tomaron a plena luz del día ante la sorpresa española. Tras casarse, fue elegido como nuevo almirante de la Hermandad de la Costa debido a la ejecución por los españoles del anterior jefe de los bucaneros.

Tras reunir una flota con la que combatir una presunta invasión española encargada de recapturar Jamaica, decidió atacar la Habana ignorando las órdenes recibidas, aunque terminó desistiendo, optando por Puerto Príncipe, cuyos habitantes habían sido informado por un prisionero español que consiguió fugarse, por lo que no consiguieron mucho oro. Decidiendo resarcirse, parte en 1668 de Jamaica con 460 bucaneros en las mas diversas embarcaciones que incluían 23 grandes barcas como las que usó en Gran Granada, y sin consultar a nadie se dirigió a Porto Bello en Panamá, cuyas formidables fortificaciones atacó, conquistando los fuertes exteriores que protegían la ciudad, en la que permaneció un mes emboscando a los superiores ejércitos que los españoles enviaron contra él. El botín, aunque inferior a los de Migs, fue grandioso.

En 1669, con 650 hombres y ocho naves, conquista Maracaibo y saquea sus alrededores, siendo interceptado a su regreso por una fuerte flota española apoyada por fortificaciones costeras a al que humilló, capturó o hundió utilizando su astucia. Terminamos sus días de gloria con su mayor gesta, la captura de la fortificada y rica Panamá, de la que no se obtuvo todo el botín esperado porque los españoles estaban sobre alerta y además la ciudad se quemó durante la ocupación, aún así se obtuvieron mas de 400.000 piezas de a ocho, pero como había sido una empresa bajo términos de corso en favor de la corona de inglaterra, a los marineros solo les quedaron 50 piezas de oro, lo que valió a Morgan una acusación de traición por suponer se había quedado con parte del botín.

Muerto su valedor en la corte, fue arrestado y enviado a Inglaterra en 1672 como consecuencia de la toma de Panamá durante una paz -que Morgan desconocía- lo que irritó mucho a los españoles y originó el rechazo del soberano inglés; mas Carlos II impresionado por la capacidad, experiencia y conocimiento del caribe de Morgan, lo devolvió a Jamaica con el cargo de Vicegobernador, del que fue cesado en 1682 por su afición a las tabernas y a la vida libertina, que escandalizaba a los nuevos dirigentes Jamaicanos, mas interesados en el comercio que en la piratería. Muriendo en su plantación el sábado 25 de agosto de 1688 a los 53 años.

Terminamos este capítulo con la última intervención de una gran fuerza bucanera en el Caribe, la conquista de Cartagena en 1697 organizada por el futuro almirante francés Jean-Baptiste du Casse y el advenedizo barón de Pointis, al mando de una fuerza expedicionaria francesa que incluía armas de asedio como cañones pesados y obuses de sitio -en aquella época las balas de los cañones eran de hierro colado macizas, el obús con menos velocidad inicial, disparaban balas huecas rellenas de pólvora y utilísimas para destruir la fortificaciones de la época-. Así dio comienzo un sitio, por el que los franceses gracias a la sangre y entrega de los bucaneros pudieron tomar las fortificaciones exteriores una a una hasta que pudieron tener a la ciudad bajo el fuego de su artillería, lo que la obligó a rendirse. Lo mas duro del sitio, fue soportado por los bucaneros, acostumbrados a los rigores y enfermedades tropicales, pues las tropas europeas como era costumbre no duraban mucho en aquellas tierras, enfermando las dos terceras partes de las tropas francesas. Cuando se retiraron de Cartagena, de Pointis deseoso de ganarse el favor de Luis XIV y con la oposición de du Casse incumplió la palabra dada sobre el reparto del botín, entregando a los bucaneros solo la cuarta parte de lo pactado, por lo que quedaron muy descontentos, y a la partida de la flota francesa decidieron regresar a Cartagena en donde se enseñorearon de la ciudad, hasta que por medio de la tortura lograron obtener los cinco millones francos de rescate que debería de corresponderles.

Esta fue la última vez que una fuerza importante de bucaneros regresó de un expedición con las bodegas repletas de botín, la situación en el caribe estaba cambiando. Los españoles habían fortificado sus ciudades -respecto a Cartagena, se encontraba Felipe II escudriñando el horizonte desde el Escorial con tanto interés que sus cortesanos le preguntaron «¿qué buscáis señor?, Las murallas de Cartagena, me han costado tanto oro que debería de verlas desde aquí» respondió-, y mejorado su flota que ahora podía dedicarse a perseguir a los piratas además de proteger a los barcos tesoreros. Las colonias se iban poblando, por lo que había menos espacio y posibilidades para aquellas gentes libres. Además los gobiernos europeos estaban empezando a mirar con recelo la piratería, ya que con demasiada frecuencia sufrían sus ataques, estando los nuevos colonos mas interesados en obtener la riqueza con el comercio que con la rapiña, y este peligraba con la piratería, así que empezaron a combatirla con energías.

Y es una verdad histórica, que los piratas siempre han esquivado trabar combate con los barcos de guerra, así que para sobrevivir tuvieron que cambiar las ya para ellos peligrosas aguas del mar de las Antillas, por nuevos territorios de caza como las nuevas colonias norteamericanas y el último paraíso pirata, Madagascar.

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