soviéticos en stalingrado

El punto de viraje de la II Guerra Mundial ocurrió en una ciudad rusa que se extiende a lo largo del río Volga: Stalingrado. Durante 80 días y noches de intensos combates callejeros en 1942, los soldados y obreros rojos de la Unión Soviética (entonces socialista) enfrentaron y derrotaron al moderno ejército nazi. Esta es la historia de cómo los combatientes revolucionarios aplicaron los principios militares y políticos que les permitieron «hacer lo imposible» y cambiar la historia universal.

El 22 de junio de 1941, la Alemania nazi invadió la Unión Soviética con uno de los ejércitos más grandes de la historia universal. Hitler creía que iba a derrotar a los soviéticos en un lapso de tres meses, y casi todos los expertos militares y políticos del mundo estaban de acuerdo.

Contemplar la pelea de los tigres desde la cumbre

La Alemania imperialista tenía las FFAA más modernas del mundo. Su fuerza de invasión constaba de tres millones de soldados, 3300 tanques, 7000 cañones de grueso calibre y 2000 aviones. Sus FFAA acababan de conquistar país tras país en Europa: Checoslovaquia, Polonia, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Noruega.

En 1941, la Unión Soviética solo había experimentado 20 años de paz desde la última invasión imperialista. Bajo la dirección del Partido Comunista y de José Stalin, el país había vivido dos décadas de intensas luchas de clase y de construcción socialista. A pesar de grandes problemas, en ese entonces era un país auténticamente revolucionario y socialista. La revolución bolchevique puso en el poder a la clase obrera, eliminó los privilegios y la riqueza de los ricos, creó la primera economía socialista planificada y el primer sistema de agricultura colectiva, y transformó la estructura y la propiedad de la industria. La lucha de clases había sido muy difícil y llegó al borde de la guerra civil.

Los ejércitos soviéticos tenían muchos soldados pero poco equipo militar. Durante los agudos conflictos políticos de los años 30, se remplazó a gran parte de los altos oficiales con una nueva generación que no se había puesto a prueba.

Así que los expertos occidentales creían que la URSS de Stalin era un país dividido y sumamente débil en la esfera militar. No pensaban que tendría la capacidad de derrotar a Alemania.

Es más, los imperialistas estadounidenses e ingleses esperaban que la enorme invasión alemana agotara a la URSS. Por eso, mientras los ejércitos de Hitler golpeaban la URSS, pospusieron su invasión del continente europeo. Mao Tsetung dijo que el plan del bloque occidental era «contemplar la pelea de los tigres desde la cumbre».

Tanto Hitler como las potencias occidentales subvaloraron la fuerza del socialismo soviético. Con increíble abnegación, el pueblo soviético se movilizó y libró una gran guerra, una justa guerra, para enfrentar a los invasores. En una ciudad industrial llamada Stalingrado (que quiere decir «ciudad de Stalin»), los supuestos ejércitos «invencibles» de Hitler se tropezaron con los resueltos combatientes rojos.

Hoy, cuando los gobernantes del mundo dicen que el «comunismo ha muerto» y que «todos los experimentos del comunismo han fracasado», es muy oportuno recordar las lecciones del Stalingrado de 1942, donde 80 días de luchas de casa en casa comprobaron la superioridad del socialismo y la fuerza de un pueblo revolucionario armado.

La lógica imperialista de la guerra relámpago

La invasión alemana se basaba en la estrategia del blitzkrieg, o guerra relámpago, cuyo propósito era ganar una victoria rápida que no intensificara los conflictos de clase entre los imperialistas y el pueblo alemán. Su meta era tumbar al gobierno de la clase obrera y el socialismo, esclavizar al pueblo soviético y destruir esa base clave de la revolución mundial. Con tales metas y estrategias, las fuerzas nazis adoptaron métodos de lucha sumamente brutales.

Inmediatamente antes de la invasión, Hitler les dijo a sus generales: «No se podrá librar la guerra contra Rusia de una manera caballerosa. Será una lucha de ideologías y de diferencias de raza y tendremos que librarla con una dureza sin precedente, sin merced e inexorable… Los comisarios [los militantes comunistas del Ejército Rojo-OR] promulgan una ideología directamente opuesta a la del nazismo. Por eso tendremos que aniquilarlos. Los soldados alemanes culpables de violar el derecho internacional… serán perdonados».

En todos los territorios de la Unión Soviética que conquistaron, los ejércitos nazis quemaron pueblos enteros y dejaron sin enterrar los cadáveres. De los 5,700.000 prisioneros de guerra soviéticos, 3,300.000 murieron de hambre, frío y ejecutados. Los nazis mandaron a casi tres millones de soldados y civiles soviéticos a Alemania como esclavos.

Aprender a contrarrestar la estrategia nazi

Al comienzo, el Ejército Rojo de Stalin tuvo que retirarse de grandes territorios a lo largo de todo el frente, dejando atrás tierras arrasadas. Con dolor, los soldados soviéticos destruyeron los campos y las vías ferroviarias de su economía socialista para que no le sirvieran al invasor.

En el curso de la retirada, el Ejército Rojo aprendió métodos para luchar «a nuestra manera», para contrarrestar la movilidad y fuerza alemanas. El Partido Comunista movilizó a las masas para una lucha de vida o muerte «no solo por el pueblo soviético, sino para liberar a todos los pueblos que sufren bajo la opresión fascista».

Los comunistas organizaron ejércitos guerrilleros en los bosques para hostilizar a los invasores por todas partes. Los soldados soviéticos aprendieron a usar «armas populares», como granadas y cocteles molotov, contra los tanques. Desmantelaron fábricas enteras y las trasladaron a Siberia para seguir produciendo fuera del alcance del enemigo. Convirtieron ciudades como Leningrado y Moscú en plazafuertes militares.

La ofensiva decisiva de Hitler

Al acercarse el invierno de 1941, la invasión no había logrado la rápida victoria que esperaban los imperialistas alemanes. Sus ejércitos habían conquistado enormes regiones del oeste, pero se encontraban empantanados en medio del país. Tenían que defender vías de abastecimiento de miles de kilómetros de largo ante el acoso constante de la guerrilla. Las batallas y el crudo invierno ya les habían costado un millón y medio de bajas.

A mediados de 1942, el ejército alemán ya no podía lanzar una ofensiva general a lo largo de todo el frente. Hitler tuvo que escoger un solo objetivo para una gran ofensiva del verano. Despachó 1,500.000 soldados hacia el suroeste para conquistar los campos petroleros de los montes Cáucasos. Su propósito era cortar el suministro de petróleo de los ejércitos soviéticos y abastecer a sus propias fuerzas.

Hitler reunió las mayores fuerzas posibles, envió a sus mejores generales e incluso transfirió aviones y tanques del frente de África del Norte. Les ordenó conquistar primero la ciudad de Stalingrado para cimentar el flanco norte. Su plan era avanzar desde Stalingrado hacia otros objetivos más importantes al sur.

Mao Tsetung describió el ataque contra Stalingrado como una ofensiva «de la que dependía la existencia misma del fascismo».

El 23 de agosto, el VI Ejército alemán, dirigido por el general Friedrich von Paulus, logró cruzar el río Volga al norte de Stalingrado. Desde el aire, la fuerza aérea soltó miles y miles de bombas sobre la ciudad y la dejó en llamas. Docenas de miles murieron en el ataque inicial. Los miembros de los grupos juveniles comunistas movilizaron a la población para buscar sobrevivientes colectivamente entre los escombros.

Mientras tanto, los tanques y soldados nazis avanzaban hacia la ciudad, que se extiende por las alturas de la orilla occidental del río Volga. Su plan era atrapar a los ejércitos soviéticos contra el río y derrotarlos allí, todo en un lapso de 24 horas.

Confrontación en una ciudad que llevaba el nombre de Stalin

El líder soviético José Stalin y el alto mando de las FFAA soviéticas tenían una visión distinta: después de una larga retirada a lo largo del río Don, decidieron confrontar a los nazis en Stalingrado. S.J. Leonard escribió en su libro Just War, Unjust War: An Historial Survey (Guerra justa, guerra injusta: Un examen histórico):

«A muchos les parecía que la Unión Soviética estaba a punto de derrumbarse; de hecho, la larga retirada por el río Don no indicaba eso. En realidad, le permitió trasladar sus divisiones del centro al sur y movilizar sus fuerzas y pertrechos del este de los montes Urales. También le permitió aprender tácticas militares flexibles contra el blitzkrieg, en lugar de las tácticas tradicionales que la llevaron una y otra vez a caer en una posición de envolvimiento.

«Así que ese momento de gran debilidad contenía las semillas de la victoria venidera. El Partido Comunista inició una campaña para llevar a miles de sus cuadros más resueltos a Stalingrado para convertir conscientemente la ciudad en el mayor desafío político y militar posible para el Wehrmacht [ejército alemán]».

El plan de la dirección soviética era convertir la ciudad en una enorme esponja para absorber y empantanar la mayor cantidad posible de tropas alemanas, mientras concentraba en secreto grandes ejércitos al norte y al sur de la ciudad, y así rodear, atrapar y aniquilar todo el VI Ejército alemán.

Una encarnizada guerra de guerrillas urbana era la clave de este plan. El Partido Comunista envió a miles de sus mejores militantes a la ciudad.

Hay que imaginar los febriles preparativos e intensos debates políticos mientras que el enorme ejército alemán penetraba las defensas soviéticas y avanzaba hacia la ciudad. Bajo la dirección de las organizaciones comunistas, las famosas fábricas Barricada y Octubre Rojo, junto con la central eléctrica, pasaron a ser centros de preparativos militares. Miles de obreros formaron unidades de combate, armados con brazaletes y rifles. Veteranos de la revolución bolchevique y de la guerra civil, trabajadores de las acerías, de los ferrocarriles y de los astilleros, ingenieros de tractores, barqueros del Volga, oficinistas-mujeres y hombres-se preparaban para luchar al lado de los soldados. Alrededor de las fábricas, otros trabajadores cavaban trincheras para defenderlas.

Durante el avance de las fuerzas alemanas, la población de Stalingrado se precipitó a recoger los cultivos y a cavar trincheras contra los tanques. Antes de la llegada de los alemanes, se logró evacuar a la mayoría de los 500.000 habitantes de la ciudad al otro lado del río. Los bombarderos alemanes Stuka atacaron en pleno río muchos botes que transportaban civiles y soltaron bombas de dispersión en medio de las multitudes que esperaban traslado.

Un historiador burgués describió la primera batalla en las trincheras alrededor de Stalingrado: «De la noche a la mañana, la milicia rusa llevó a cabo un milagro: cavó puestos fortificados interconectados y asimiló los puntos básicos de la guerra moderna. Ahora, vestidos en su ropa de trabajo o ropa elegante de domingo, se acurrucaban detrás de los morteros y ametralladoras para desafiar al mejor ejército de tanques del mundo. Cuando el Grupo de Combate [alemán] Krupen tambaleó ante su barrera de artillería, los rusos incluso iniciaron un contraataque, dirigido por tanques T-34 sin pintar, que salieron directamente de las líneas de ensamblaje».

Mientras tanto, se desenvolvía una intensa lucha política contra los dirigentes locales del partido y las FFAA que opinaban que era imposible defender la ciudad y abogaban por huir al otro lado del Volga. Pero Stalin rechazó los planes de abandonar la ciudad: «Lo más importante es no permitir que domine el pánico, no tener miedo ante las amenazas del enemigo y mantener la fe en nuestra victoria final». La lucha de líneas políticas volvió a estallar varias veces durante la larga batalla. Un factor importante fue que el encargado de la dirección de la batalla, el general Vasili Chuikov, compartía la firme resolución de ganar de Stalin.

Por supuesto, no se podía informar a toda la población del plan de atrapar a los alemanes. Pero cuando los defensores recibieron sus órdenes de luchar hasta la muerte para defender la ciudad, se dieron cuenta de que les correspondía cumplir una misión histórica. En el corazón del pueblo creció una fiera unidad y resolución. Su consigna era: «¡Stalingrado será la tumba del hitlerismo!»

El escenario para una confrontación histórica estaba preparado.

Calle por calle

Los alemanes atacaron con una fuerza muy superior de soldados, tanques y aviones. En una batalla tras otra, solo avanzaron unos pocos metros al día. Pero cuando llegaron al Volga el 10 de septiembre, atraparon al 62 Ejército contra el río. Allí empezaron los combates callejeros.

El 13 de septiembre, los alemanes lanzaron un ataque concentrado contra el centro. Querían conquistar un gran cerro llamado Mamayev Kurgan. Desde sus alturas, hubieran podido atacar con su artillería toda la ciudad, y en particular los barrios obreros y los embarcaderos por donde llegaban pertrechos para los soldados soviéticos. En dos días de fieros combates, los alemanes perdieron entre 8000 y 10.000 soldados y 54 tanques. Un lugar estratégico cambió de manos 15 veces durante cinco días. Pero los alemanes no llegaron a la cumbre del cerro.

Miles de combatientes rojos dieron la vida para detener el avance alemán. Su sacrificio permitió a sus camaradas ganar tiempo para reorganizarse.

El 24 de septiembre, los alemanes controlaban la mayor parte de la ciudad: kilómetro tras kilómetro de escombros en llamas. Pero habían perdido la décima parte del VI Ejército, y la resistencia continuaba en los distritos industriales del norte. Muchos de los refuerzos soviéticos que llegaron en esos días del otro lado del Volga eran adolescentes de las regiones fronterizas del Asia soviética.

El 14 de octubre, los alemanes lanzaron una gran ofensiva (que esperaban sería la última). Empezaron con 3000 bombardeos de aviones, seguidos por un ataque de tres divisiones de infantería y dos de tanques. El 30 de octubre, el 62 Ejército soviético solo controlaba tres pequeños territorios a lo largo del río, pero de todos modos los alemanes no lo podían derrotar.

Un oficial de tanques alemán escribió: «Hemos peleado 15 días para conquistar una sola casa, con morteros, granadas, ametralladoras y bayonetas. El tercer día había 54 cadáveres alemanes en los sótanos, los rellanos y las escaleras. El frente es un corredor entre las habitaciones quemadas; es el techo entre dos pisos. Los refuerzos llegan de las casas vecinas por medio de chimeneas y escaleras de incendios. Hay un sinfín de peleas del mediodía al anochecer. De un piso al otro, con la cara cubierta de sudor, nos atacamos el uno al otro con granadas en medio de las explosiones, las nubes de polvo y el humo… Pregúntenle a cualquier soldado qué quiere decir luchar cuerpo a cuerpo en una batalla así».

El 11 de noviembre, los alemanes lanzaron lo que iba a ser su última ofensiva; tuvieron que pelear por cada metro y cada ladrillo. Al segundo día, el 12 de noviembre, se agotaron.

Luchando con arrojo

Los nazis tenían muchas armas de grueso calibre, tanques, cañones y aviones. Las fuerzas comunistas soviéticas tenían algunas armas pesadas, como artillería antiaérea; pero en general tenían que bastarse con armas ligeras: granadas, cocteles molotov y metralletas como las Gats de hoy.

Las armas pesadas del ejército imperialista alemán definían su «manera de luchar», muy semejante a la del ejército yanqui de hoy.

Por lo general, la fuerza aérea alemana esperaba hasta que se estableciera una clara «tierra de nadie» entre las fuerzas alemanas y las soviéticas, y luego bombardeaba las trincheras y puestos fortificados de los soviéticos. Los tanques no entraban en combate sino hasta después del ataque de los aviones. Y los soldados de infantería no entraban en la batalla sino hasta después de que los tanques penetraran las barricadas y destruyeran los puestos fortificados soviéticos. Cuando las fuerzas alemanas no podían luchar de esa manera a causa de las tácticas de las fuerzas soviéticas, paraban o se retiraban.

Los comandantes soviéticos descubrieron que cuando empleaban la táctica de combate cuerpo a cuerpo, a los alemanes les era imposible luchar «a su manera». El comandante del 62 Ejército soviético, Chuikov, escribió: «Así que nos dimos cuenta de que debíamos reducir a lo mínimo la tierra de nadie, si era posible a la distancia de una granada». Los soldados soviéticos trataban de acercarse tanto al enemigo que la fuerza aérea alemana no podía bombardear las unidades soviéticas del frente ni sus trincheras sin arriesgar la vida de los soldados alemanes.

Chuikov escribió que los alemanes odiaban esa manera de luchar: «Su moral no lo podía tolerar. No tenían suficiente valor como para mirar al soldado soviético cara a cara. Se podía identificar a un soldado enemigo en su puesto de avanzada desde lejos, especialmente durante la noche, porque constantemente, cada cinco o diez minutos, disparaba su metralleta con el fin de reforzar su moral. De esa manera nuestros soldados encontraban a esos `guerreros’, se les acercaban sigilosamente y los aniquilaban con una bala o bayoneta».

La ofensiva dentro de la defensiva

En general el 62 Ejército luchaba a la defensiva, defendiendo territorio e impidiendo el avance de los alemanes para permitir que los demás ejércitos soviéticos los cercaran. Pero incluso dentro de esa batalla defensiva, era sumamente importante tomar la ofensiva y lanzar ataques. Las acciones ofensivas restringían la iniciativa del ejército alemán: su capacidad para decidir dónde y cuándo luchar.

Chuikov describió esas acciones ofensivas: «Dondequiera que el enemigo penetrara nuestras líneas, lo aniquilaban nuestros disparos o contraataques que, por lo general, eran ataques sorpresa en su flanco o retaguardia».

Los soldados rojos emboscaban los tanques que viajaban por rutas predecibles. Esperaban hasta que los tanques casi les pasaran por encima y les disparaban con rifles antitanques y otras armas más pesadas. Así lograban detener el avance de la infantería, que por lo general seguía de cerca a los tanques y se escondía detrás de los tanques en llamas. Además, de esa manera los soldados soviéticos lograban acercarse a la infantería alemana para impedir que sus aviones Stuka y JU-88 los atacaran desde el aire.

Chuikov escribió: «Destruimos por separado la infantería y los tanques que penetraron nuestras líneas: los tanques no podían hacer mucho sin la infantería, y por eso se retiraron después de sufrir grandes pérdidas… En los contraataques el enemigo siempre sufría muchas bajas y tenía que abandonar un ataque. Después tenía que recorrer el frente en busca de un punto débil en nuestras defensas, perdiendo tiempo e iniciativa… Muchas veces nuestro propósito no solo era causarles pérdidas sino, por medio de un ataque sorpresa de infantería y tanques, y con la ayuda de nuestra artillería y aviones, penetrar sus posiciones, trastornar sus formaciones, quebrantar su ataque y ganar tiempo».

Debido a la naturaleza de la guerra urbana, era difícil comandar y maniobrar con grandes unidades de tropas. Chuikov describió cómo los soldados rojos aprovechaban la situación: «La guerra urbana es una clase especial de combate. Las cosas no se resuelven por medio de la fuerza, sino por la habilidad, la ingeniosidad y la rapidez… lo clave son las pequeñas unidades de infantería y las armas y tanques individuales».

Los comandantes soviéticos aprendieron a organizar sus fuerzas en pequeñas unidades móviles llamadas «grupos de tormenta». Chuikov las describió: «Eran pequeños pero fuertes, tan astutos como serpientes e irrefrenables en el combate». Lo que llevaba al éxito en esas operaciones era escoger el momento oportuno y atacar con sorpresa, rapidez y osadía.

Para los alemanes era muy difícil atacar esas unidades desde el aire. Se infiltraban entre las posiciones alemanas para atacar. Avanzaban a rastras, escondiéndose en los cráteres y escombros. Durante la noche cavaban túneles y pasajes y los camuflaban. De repente, aparecían en medio de las fuerzas alemanas, donde estas no podían usar su artillería, tanques ni aviones. Los soldados rojos atacaban cuando tenían la ventaja: mientras los alemanes dormían o comían o cuando estaban a punto de cambiar de turno. En combates de cuerpo a cuerpo con revólveres, puñales y palas afiladas, los combatientes rojos empujaron a los nazis de una a otra casa, sótano o cuarto.

El Partido Comunista inició un «movimiento de francotiradores» entre los combatientes del 62 Ejército. Los soldados trataban de dar en el blanco con toda bala. Practicaban la puntería y discutían los mejores métodos. Escondidas en los escombros, pequeñas unidades de francotiradores podían hacer añicos unidades enemigas mucho más grandes.

El Ejército Rojo se apoyaba en las masas, en los que se quedaron en Stalingrado, para enterarse de los planes del enemigo. Por ejemplo, en un momento clave una valiente mujer emergió de detrás de las líneas alemanas, a través del humo y los escombros, e informó de un ataque que estaban a punto de lanzar.

Los soldados soviéticos que esperaban cruzar el río Volga leían volantes que explicaban el estilo de combate cuerpo a cuerpo, titulados «Lo que necesita saber un soldado sobre cómo actuar en la guerra urbana». Aplicando de esa manera la línea de masas, los dirigentes soviéticos desencadenaron a los soldados y los obreros para esforzarse al máximo para alcanzar la victoria. Luchando «a nuestra manera», las fuerzas soviéticas neutralizaron la superioridad en armas pesadas del enemigo. Esa manera de luchar requería un alto nivel de conciencia política y gran dedicación. Las repetidas victorias, incluso en combates pequeños, aumentaban la moral de los soldados rojos.

Por otro lado, esas tácticas desmoralizaban a los soldados alemanes, que frecuentemente se retiraban, abandonando incluso puestos fortificados clave.

Puestos fortificados antinazis

El comandante soviético Chuikov escribió: «Los edificios de una ciudad son como un rompeolas. Dividen las formaciones enemigas y las obligan a avanzar por las calles. Por eso defendimos resueltamente los edificios fuertes y establecimos en ellos pequeñas guarniciones capaces de disparar en todas direcciones en caso de envolvimiento. Los edificios especialmente fuertes nos permitieron crear posiciones defensivas fuertes, de donde nuestros soldados podían aniquilar a los alemanes con ametralladoras y metralletas».

Chuikov escribió que a los combatientes rojos les gustaba establecerse en los edificios de piedra quemados porque los nazis no los podían incendiar durante un ataque. Había puestos fortificados de muchos tamaños; a algunos los defendían escuadrones pequeños, y a otros un batallón entero. Se organizaban para poder disparar en todas las direcciones al mismo tiempo y para seguir combatiendo incluso si los alemanes lograban aislarlos varios días.

Los combatientes rojos cavaban trincheras y conectaban sus puestos fortificados a través de los albañales. A los soldados enemigos que intentaban pasar entre los puestos fortificados los atrapaban en un fuego cruzado. Chuikov escribió: «Un grupo de puestos fortificados, con una red de fuego común, bajo un mando unificado y abastecido para defenderse, era un centro de resistencia».

Las mujeres combatientesde Stalingrado

Muchas mujeres se presentaron de voluntarias al ejército para remplazar a los soldados del Ejército Rojo caídos al comienzo de la guerra.

Chuikov escribió: «No es una exageración decir que las mujeres lucharon al lado de los hombres en todas partes… Cualquiera que iba al frente veía a las mujeres disparar los cañones, pilotar los aviones en las batallas contra la fuerza aérea alemana o comandar los barcos blindados del Volga que llevaban pertrechos de la orilla occidental a la orilla oriental, y de regreso, en condiciones increíblemente difíciles…

«La mayoría de las tripulaciones de los cañones antiaéreos y de las luces reflectoras eran mujeres… Se mantenían firmes y seguían disparando aun cuando las bombas estallaban a su alrededor, cuando parecía imposible incluso quedarse en su puesto. En medio de los incendios y el humo, en medio de los estallidos de las bombas, aparentemente sin importarles las columnas de tierra que saltaban al aire por todas partes, se mantenían firmes hasta el fin. Por eso, y a pesar de grandes bajas, los aviones alemanes siempre tropezaban con un fuego concentrado y sufrían muchas pérdidas. Las artilleras bajaron docenas de aviones alemanes encima de la ciudad».

Muchos de los más famosos pilotos de bombarderos en los ataques nocturnos eran mujeres.

Los nazis caen en la trampa

El 19 de noviembre, todo el mundo en Stalingrado oyó la artillería en la distancia: ¡la gran contraofensiva soviética había comenzado! Los heroicos combatientes rojos habían defendido la ciudad el tiempo necesario para permitir a sus camaradas atrapar a todo el ejército alemán.

Los comandantes alemanes sabían que se estaba movilizando una gran fuerza soviética, pero nunca soñaron que el pueblo soviético fuera capaz de organizar una contraofensiva tan grande. Más de un millón de soldados soviéticos avanzaron muy rápidamente al norte y al sur de la ciudad. En cuatro días y medio, los ejércitos rojos cercaron a todos los 330.000 soldados del VI Ejército alemán en una trampa de hierro. Dos ataques para penetrar el cerco fracasaron. Los combates siguieron dentro de la ciudad hasta el 31 de enero, cuando las fuerzas soviéticas capturaron al general van Paulus y su cuartel general.

Fue una de las más importantes victorias militares de la historia. Los combatientes de Stalingrado dejaron boquiabierto al mundo. Incluso Douglas MacArthur, el general archiimperialista de la clase dominante yanqui, dijo que «por su escala y grandeza es la mayor hazaña militar de toda la historia».

La batalla de Stalingrado fue el comienzo de la derrota de la Alemania hitleriana. El Ejército Rojo empujó a los invasores del territorio de la URSS y los persiguió hasta Berlín, donde Hitler y su gobierno fueron destruidos.

Stalingrado: Una batalla por el futuro del mundo

Cuando los nazis invadieron la Unión Soviética en 1941, los capitalistas anunciaron que el comunismo estaba condenado a muerte. Pero subvaloraron la fuerza del socialismo soviético y la increíble resolución de las masas para defender su sociedad. En los escombros de Stalingrado, se ve la verdad de que las masas pueden derrotar a un enemigo capitalista fuertemente armado y muy avanzado en el campo de la tecnología.

La clave de la victoria fue la dirección del Partido Comunista y la organización del pueblo después de décadas de fieras luchas de clase. En respuesta al llamamiento de Stalin, miles de comunistas se unieron a los soldados del frente. En cada batalla, los comunistas fueron los combatientes más resueltos e intrépidos. Cuando el Ejército Rojo necesitaba unidades especiales para penetrar las líneas alemanas, se ofrecían voluntarios de las organizaciones juveniles comunistas. En medio de los combates callejeros y por todas partes, los comunistas hacían trabajo político y llevaron a las masas de combatientes a comprender que la batalla era una causa por la que valía la pena matar y morir.

Mientras que a los soldados alemanes los sobrecogía el temor y el desánimo, los soldados rojos luchaban sin temer la muerte, incluso cuando se encontraban aislados y cercados.

Los pueblos del mundo deben mucho a los luchadores de Stalingrado: por su victoria contra Hitler y por las valerosas lecciones sobre la guerra urbana revolucionaria que podemos aprender de ellos.

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