A partir de 1942, los niños procedentes de todas las zonas ocupadas fueron deportados a Auschwitz. En general los niños pequeños eran asesinados inmediatamente por ser demasiado pequeños para trabajar.
Si durante la selección de los niños, una madre llevaba a su hijo en brazos, los dos eran enviados a la cámara de gas, porque en estos casos se calificaba a la madre de no capacitada para trabajar. Si era la abuela la que llevaba al niño, era ella la asesinada junto al niño.
La madre (en caso de ser considerada capacitada para trabajar) era ingresada en el campo. Sólo en el campo de los gitanos y en el campo de familias de Theresienstadt, a las familias les estaba permitido permanecer juntas.
Aquellos niños (varones), a los que las SS perdonaban la vida, se convertían primero en aprendices de albañil en la construcción de los crematorios en Birkenau. Ya que la alimentación no era suficiente para realizar estos trabajos tan duros, sufrían de desnutrición. En 1943, concluidos los trabajos en Birkenau, los muchachos de la «escuela de albañilería» fueron trasladados a Auschwitz I donde fueron asesinados, junto a otros niños, inyectándoles fenol.
Algunos niños se encontraban de contínuo en el campo, en los bloques y en los comandos de trabajo, donde tenían que ejercer de peones. Algunos kapos alemanes abusaban de los muchachos para satisfacer sus instintos más perversos, agravados por su larga estancia en el campo.
En el campo estaba prohibido beber agua, puesto que estaba contaminada. Sin embargo los niños la bebían debido a la escasez de agua potable. Sus pequeños cuerpos débiles y demacrados estaban expuestos sin protección alguna a todas las enfermedades del campo. Muy a menudo, como consecuencia de la destrucción total del cuerpo por el hambre, ni siquiera se podía comprobar de qué enfermedad habían muerto.
La médica de los presos, Lucie Adelsberger, describe la vida de los niños de la siguiente manera:
«En realidad, el bloque de los niños en el campo de los gitanos era muy parecido a los bloques de los adultos. Sin embargo, la miseria de esos pequeños seres inocentes nos partía – si cabe más aún – el alma. Los niños, al igual que los adultos, estaban en los huesos, sin músculos y sin grasa, y la piel fina y de pergamento, se desollaba en todas partes sobre los huesos duros del esqueleto, inflamándose y convirtiéndose en heridas ulcerosas.
La sarna cubría por completo los cuerpos desnutridos extrayéndoles toda su energía. Las bocas estaban carcomidas por profundas úlceras de noma, que ahuecaban las mandíbulas y perforaban las mejillas como un cáncer. En muchos casos y debido al hambre, el organismo, que se iba descomponiendo, se llenaba de agua. Se hinchaban hasta convertirse en una masa deforme, que no podía ni moverse. La diarrea, sufrida durante semanas, corrompía sus cuerpos indefensos, hasta que al final, debido a la pérdida contínua de sustancia, no quedaba nada de ellos.»
Los niños nacidos en Auschwitz
La situación era especialmente grave para las mujeres embarazadas. Al principio eran enviadas directamente a las cámaras de gas. Sin embargo también había partos clandestinos en el campo. En la mayoría de los casos las mujeres morían de septicemia. En cualquier caso, el recién nacido no tenía casi ninguna posibilidad de sobrevivir. Los médicos de las SS y sus ayudantes arrebataban el niño a la madre y lo asesinaban.
A partir de principios de 1943, a las mujeres embarazadas, registradas en el campo, se les permitía dar a luz. Sin embargo, los recién nacidos eran ahogados en un cubo lleno de agua por las ayudantes de las SS.
En el transcurso del año 1943, los recién nacidos de «desdendencia aria» ya no eran asesinados sino registrados en el registro del campo. Al igual que a los adultos les era tatuado un número. Puesto que su antebrazo izquierdo era demasiado pequeño, el número les era tatuado en el muslo o en las nalgas.
Debido a las condiciones de vida en el campo, los recién nacidos no tenían casi ninguna posibilidad de sobrevivir. Si un niño lograba sobrevivir las primeras seis a ocho semanas, la madre tenía que entregarlo a las SS. Si se negaba, los dos eran enviados a la cámara de gas.
Algunos niños, cuando eran rubios y de ojos azules, eran arrebatados a sus madres por las SS para «germanizarlos», mientras que a los niños judíos se les seguía tratando con una increible crueldad y finalmente se les asesinaba.
Las madres totalmente debilitadas por el hambre, el frío y las enfermedades, muy a menudo no podían ni siquiera evitar que las ratas mordieran, royeran o incluso se comieran a sus hijos.
Para los recién nacidos no había ni medicamentos, ni pañales, ni alimentación adicional.