Desde Vorónezh al Cáucaso, la extensión y la distorsión de las líneas alemanas han alcanzado un grado extravagante.
El grupo de ejércitos Süd ha comenzado su campaña de verano en un frente de 800 km. Se ha fraccionado en dos grupos de ejércitos, A y B, cuyos frentes sumados no representan menos de 2600 km. Los combatientes sólo están unidos a sus bases de aprovisionamiento por rutas que se vuelven impracticables a la menor lluvia, y por ferrocarriles, generalmente de dirección única, cuyos raíles están puestos en el suelo sin balasto. Extremadamente lenta, la rotación del insuficiente material rodante es estorbada además por los sabotajes de los guerrilleros soviéticos, que alcanzan una media de 700 al mes, sin que ninguna represión consiga frenar su aumento.
El objetivo de la ofensiva era la conquista de Transcaucasia. Esta tarea correspondía al grupo de ejércitos A, mandado por el feldmarschal von Kleist. El grupo de ejércitos B, confiado sucesivamente al mariscal von Bock, y luego al capitán general von Weichs, no tenía más que una misión de cobertura, pero grandiosa. Debía prolongar la barrera del Don, obstruyendo el istmo de unos sesenta kilómetros que separa el Don del Volga, y luego alinearse de cerca a lo largo de este río hasta Astrajan. Al final de la campaña, o sea, antes de la llegada del mal tiempo, las posiciones alemanas en el Sur de la URSS debían estar delimitadas por el litoral del mar Negro, la depresión transcaucásica de Batumi a Bakú por Tifus, el litoral del Caspio, y finalmente el Volga y el Don.
¿ Era absurda tal ambición? Sí y no.
No. El plan hitleriano había de dar a Alemania los petróleos del Cáucaso. Eliminaba a los soviéticos del mar Negro, haciendo desaparecer toda amenaza de contraofensiva contra Crimea, Ucrania y Rumania. El Volga se convertía en el amplio y sólido pilar del edificio alemán en la URSS. La prosecución de la campaña implicaba operaciones en un perímetro de 4200 km, pero la victoria permitiría reducir el frente efectivo a un millar de kilómetros, desde las bocas del Volga hasta el curso medio del Don. De hecho, ya no existía otra probabilidad de victoria, una vez que había desaparecido la esperanza de un desplome rápido y total del ejército rojo.
El fango y el barro atascan el suministro al ejército alemán .El absurdo flagrante y total residía en la desproporción del objetivo y los medios. Para realizar el plan de Hitler, los ejércitos alemanes habrían debido disponer de efectivos dobles, de una movilidad triple y de una aviación cuádruple. Las tropas habían debido reposar y ser recompletadas. Combatían sin tregua desde el comienzo de la guerra con la URSS, y las pérdidas que habían sufrido no se habían compensado ni en personal ni en material. Las compañías raramente contaban más de 60 hombres, las Panzerdivisionen, de 80 tanques. Hitler, que no iba nunca al frente y no permitía ir a sus colaboradores próximos, no tenía ninguna idea concreta del desgaste que acusaban sus ejércitos en medio de sus victorias. Si no, habría sabido que le era imposible sacar de una Alemania insuficientemente preparada para la prueba de una guerra mundial los recursos necesarios para hacer frente a ella.
A las inquietudes que se elevaban a su alrededor, el Führer respondía insistiendo en la idea de que los ejércitos soviéticos estaban agotándose. Con fervor acogía todos los indicios que probaban el agotamiento del ejercito rojo y rechazaba con furor todos los indicios contrarios. Las audacias de su estrategia, sostenía él, estaban justificadas por la proximidad del último cuarto de hora. Toda guerra se gana con restos: frente a las ruinas soviéticas, los restos alemanes conservaban su poder de decisión.
Pasó el verano. El otoño pasaba. Ayer tórrido, el viento de la estepa vuelve a ser glacial. La nieve cae en la montaña y aparece en la llanura. Los jefes de cuerpo escriben informe tras informe para pedir que se acelere el envío de los equipos de invierno. Según el calendario del mando supremo, deberían estar alcanzados los objetivos de 1942. ¿ En qué medida lo están o pueden estarlo aún antes de los verdaderos hielos?
En el mar Negro, Batumi debería estar tomado: faltan 500 km. No se ha realizado ningún avance serio desde la toma de Novorossíisk, y, en el interior, la subida al Elbrús (5800 m) parece haber marcado con una hazaña deportiva el límite del esfuerzo alemán. Compuesto del XVII alemán y del III rumano, el subgrupo de ejércitos Ruoff combate en paisajes sublimes: bosques vírgenes, gargantas salvajes, puntas rocosas desde donde se ve la llanura costera verdeante y la gran mancha sombría del mar. Pero fracasan todos los intentos de bajar hacia esa «costa azul».
Esa guerra, en todas las latitudes, se hará principalmente contra la naturaleza hostil: aquí está el bosque ruso empapado de humedad fría, en que la más poderosas mecánicas se inmovilizan, a veces sin esperanza.En el Cáucaso central, Tifus debería ser alemán. Su vestíbulo, Ordzhonikidze, todavía no lo es. El I Panzerarmee ha juntado en el recodo del Terek todas las fuerzas que ha podido reunir en sus 700 km de frente, y la 13 Panzerdivision ha intentado subir por las gargantas por las que se desliza la ruta militar de la Osetia: la dificultad del terreno, la penuria de carburante, la resistencia soviética se han conjugado para detenerla. Más al Este, la división Viking, formada de voluntarios nórdicos, ha intentado apoderarse de la importante zona petrolífera de Grozni. Se ha hecho una cabeza de puente sobre el Terek, a costa de esfuerzos salvajes, pero faltaban totalmente los refuerzos necesarios para explotar esa ventaja. El 12 de noviembre, en medio de una tempestad helada, los Vikingos volvían a pasar el río. En ningún sitio habrá ido más lejos la Wehrmacht.
El objetivo mismo de la campaña era Bakú. Ningún soldado alemán se acercará a menos de 600 km. «Si no tomo los petróleos de Bakú —había dicho Hitler— tengo obligación de liquidar la guerra…»
Entre el Terek y el bajo Volga, en la estepa calmuca, una sola división, la 16 motorizada, debería tapar el vacío de 400 km existente entre los grupos de ejércitos A y B. En realidad, tampoco los mismos rusos llegan a saturar espacios tan desmesurados. La 16 motorizada toma Elista, capital de nómadas, y una patrulla dirigida por un oberleutnant, Gottlieb, avanza hasta a 25 km de Ástrajan. Corta el ferrocarril de Bakú, incendia un tren de petróleo y vuelve sin haber visto un soldado enemigo. Un vacío prácticamente total se extiende entre los ejércitos que combaten en el Cáucaso y los que se aprietan en el Volga.
Al norte de Elista, el IV ejército rumano, compuesto de dos débiles cuerpos de ejército, esboza un frente defensivo alineándose a lo largo de una cadena de lagos que materializan un antiguo cauce del Volga. A su izquierda, el IV Panzerarmee, capitán general Hoth, alcanza el gran río cerca del recodo que traza para abandonar la dirección del mar Negro y tomar la del Caspio. Hasta el 16 de setiembre ha participado en la lucha por Stalingrado, y luego ha cedido una parte de sus unidades al VI ejército, encargado de acabar la conquista de la ciudad. Reducida al 4º cuerpo y a la 29 división motorizada, no ha sido capaz de tomar las alturas de Krasnoarmeisk, desde donde los soviéticos dominan sus lineas.
Soldados soviéticos al asalto de una aldea.Se entra en el sector del VI ejército en las afueras de Stalingrado. El oficial que lo manda, general Friedrich Paulus, es el más reciente de los grandes jefes alemanes. Con sólo cincuenta y dos años, ex primer cuartelmaestre general, ex jefe de estado mayor del mariscal Reichenau, ha sido llamado, no sin provocar algunos celos, a la cabeza de una de las piezas más importantes del tablero militar. Hitler, además, ha puesto los ojos en él para otro papel, menos envidiable: cuando Paulus tome Stalingrado, piensa confiarle las funciones de Jodl, y hacerle su estratega particular.
El favor político no ha desempeñado ningún papel en la brillante carrera de Paulus. Salido de un medio de funcionarios modestos, realzado socialmente por su alianza con una buena familia rumana, es tan neutro en política como mate en su personalidad. La obediencia hace la fuerza principal de los ejércitos, pero la desobediencia suele hacer la gloria de los grandes jefes. Paulus es incapaz de desobedecer.
El papel que se le ha confiado para la campaña de 1942, no ha dejado de ir haciéndose cada vez más pesado. Las operaciones del VI ejército, al principio, se habían pensado sólo en la curva del Don, siendo Stalingrado un objetivo accesorio, un botín más que una finalidad. Luego lo accesorio se ha vuelto lo principal. Hitler había empezado por declarar que no exigía la ocupación de la ciudad, que se contentaría con la destrucción de su potencial industrial. Ahora ve en la feroz batalla que provoca, la prueba capital y decisiva de su lucha contra la URSS.
El sitío empezó el 2 de setiembre, al reunirse, en las colinas que dominan la ciudad, el VI ejército y el IV ejército blindado. Para los soviéticos, la causa parece sin esperanza. Todas las comunicaciones terrestres de Stalingrado están cortadas y el aprovisionamiento de la guarnición sólo es posible por el Volga. El general Lopatin, jefe del LXII ejército, considera la ciudad indefendible y pide autorización para volver a pasar el río. Pero Stalin, abandonando el sistema de defensa elástica adoptado a comienzos del verano, acaba de proclamar que Rusia ya no tiene más territorios que ceder. El jefe del grupo de ejércitos, Eriómenko, y su nuevo comisario político, Jruschov, reemplazan a Lopatin con un general, Chuikov, recién llegado de Extremo Oriente. Sus consignas se resumen en una frase: conservar Stalingrado o morir.
Stalingrado es un muelle sobre el Volga. Vuelve la espalda a la estepa y se aprieta a lo largo del río.
Soldados soviéticos en el pantano y preparando un tiro de artillería ligera a través de las cañas.Las orillas caen en pendiente brusca, que complica las relaciones de la aglomeración y el río, pero proporciona un ángulo muerto para las armas de tiro raso. Los barrancos de erosión, las balkas de la estepa, se prolongan en la ciudad en una serie de depresiones, la más profunda de las cuales está ocupada por el río Tsaritsa. La ciudad vieja está al Sur. La ciudad central, cuyo corazón es la plaza Roja, desciende por tramos de escaleras hasta el desembarcadero del transbordador que suple la ausencia de puentes. El alineamiento de pequeñas ciudades industriales continúa hacia el Sur. La fábrica de productos químicos Lazur ocupa el centro de una curva ferroviaria, extremadamente visible en las fotos aéreas, de donde su nombre figurado de Raqueta de Tenis. Viene luego la planta de acero Octubre Rojo, la fundición de cañones Barricada y la fábrica de tractores Djerjinski. Los arrabales de Spartokovska y Rinok prolongan Stalingrado hasta la gran extensión de agua a partir de la cual la ancha sangría del Achtuba empieza a desmembrar el Volga. La longitud total de esa cadena urbana e industrial supera los 50 km. Su anchura rara vez excede los 3000 pasos.
La ciudad vieja fue la primera en caer. La conquista del gran silo por la 29 división fue el primero de los fantásticos combates que dan a la batalla de Stalingrado su carácter único. Las detonaciones resonaban en el inmenso caparazón de cemento haciendo saltar sus tímpanos como membranas demasiado tensas. El edificio estaba aún lleno de trigo: rusos y alemanes se mataban en medio de una inundación dorada. Llevaron ventaja los alemanes. A mediados de octubre, habían conquistado, en el sector Sur, una decena de kilómetros de orilla, desde Kuperovskoie hasta el pie de las escaleras de la plaza Roja. En el sector Norte, ocupaban una fachada equivalente, a ambos lados de Rinok. Si los rusos hubieran sido razonables, lo habrían dejado. De Stalingrado, ya no guardaban más que parte de los barrios industriales del Norte, así como, en la ciudad central, el pie del declive, una banda de unas decenas de metros de ancho, que terminaba en bisel en el embarcadero. Pero la batalla había tomado un carácter irracional. Ya no enfrentaba a dos mandos sensibles a las lógicas militares, sino que lanzaba uno contra otro a una batalla salvaje, ya no se retrocedía, había llegado la hora de terminar con el ejercito alemán.
Como prólogo de la gran batalla de Stalingrado, tanques alemanes, ampliamente desplegados, lanzan una ofensiva contra las defensas al oeste de la ciudad.Por el lado alemán, el absurdo era aún más flagrante. Cuando se vio en octubre que el grupo de ejércitos A ya no tenía ninguna probabilidad de conquistar en 1942 los petróleos del Cáucaso, la punta de Stalingrado acabó de perder toda clase de interés estratégico. Su última justificación económica, la intercepción del tráfico del Volga, estaba en vísperas de desaparecer, ya que el hielo del río debía interrumpir la navegación con más eficacia que la presencia de los soldados de Paulus en Rinok y los de Hoth en Kuperovskoie. La tarea principal del jefe alemán consistía ahora en recibir al invierno ruso en mejores condiciones que el primero, abreviando y consolidando un frente desmesurado. El avance hacia Tifus y la punzada hacia el Volga estaban a la cabeza de los sacrificios a consentir.
Pero Hitler ya no era accesible a la realidad, y los que intentaban acercársela lo pagaban caro.
A comienzos de setiembre, un general había sido destituido por haber sostenido que había que limitar el avance, y otro general había caído de su favor por haberle defendido. El primero era el mariscal List; el segundo era el capitán general Jodl. Al volver de una misión en el C. G. del grupo de ejércitos A, Jodl osó lanzar a la cara de Hitler que las faltas reprochadas a List eran la consecuencia de las órdenes que había dado él, Hitler. El Führer salió del cuarto lívido como si se fuera a desvanecer, erró durante horas por los bosques de Vínnitsa, y, acabando de cerrar a su alrededor el circulo de la soledad, no volvió a comer en la mesa de los generales, hasta su muerte. List, relevado de su mando, desaparece de la guerra.
A fines de setiembre, también desaparece Haldér. Se mantenía en su puesto de jefe de estado mayor, general del ejército desde la crisis de Munich. Pero su espíritu crítico, su monóculo y su buena pronunciación, sus protestas y sus advertencias, e incluso su catolicismo, sentaban mal a un dictador que se dejaba proclamar por sus cortesanos «el mayor genio militar de todos los tiempos». La copa se desbordó el 24 de setiembre. «Sus nervios y los míos —declaró Hitler— están agotados. Lo que yo necesito ya no es un maestro de escuela, sino un hombre penetrado de fanatismo nacionalsocialista, para hacer mi guerra en Rusia…» El que reemplaza a Halder, Kurt Zeitzler, es un simple comandante general. Su O.K.H. sólo tiene como atribuciones el frente oriental, ya que todos los demás teatros de operaciones están puestos directamente bajo la autoridad del O.K.W., o sea, de Keitel. En realidad, todo está confundido bajo la omnipotencia caprichosa y palabrera de Adolf Hitler. Desde su algarada con Jodl, unos estenógrafos registran todas las conversaciones, Lagebesprechungen, que tienen lugar en su cuartel general. Entregarán a la historia un fantástico galimatías en que se ve a Hitler pasar de las consideraciones más sublimes a los detalles más pequeños, cabalgando el mundo, y, en la relación siguiente, desplazar una compañía; sin sentir ni una vez la tentación de ir a ver a qué se parece la guerra ni rozarse con otros feldgrauen que los héroes condecorados, enguantados y despiojados que sé hace presentar de vez en cuando.
Octubre de 1942, la lucha pasa ha ser casa a casa.Lejos de renunciar a Stalingrado, el ejército alemán se encarniza. Todos los batallones de ingenieros del ejército son llevados en aviones y formados como grupos de asalto para abrir paso a la infantería en los grandes bastiones industriales. Los combates se desarrollan en medio de un enredo de máquinas-herramientas rotas, de puentes-grúas volcados, de armazones metálicos desplomados. La resistencia soviética es soberbia. Los alemanes saben que no se les cederá nada, que la última piedra de Stalingrado tendrá que ser regada con su sangre.
El 9 de noviembre, en la 19 celebración del putsch de Munich, Hitler presume: «He querido alcanzar el Volga en la misma ciudad que lleva el nombre de Stalin. Esa ciudad, la hemos tomado, salvo dos o tres islotes insignificantes. Me preguntan: «¿ Por qué no acaba más de prisa ?». Respondo: “Porque no quiero un segundo Verdún. Dejo a pequeños elementos de asalto el cuidado de acabar la conquista de Stalingrado…».
Al decir que Stalingrado está casi enteramente conquistado, el Führer apenas fuerza la verdad. El ejército rojo conservan el embarcadero, se aferra a la Raqueta de Tenis, tiene una parte de Octubre Rojo, así como las salidas orientales de Barricada y Djerjinski. Todo lo demás, los nueve décimos de Stalingrado, 50 km de ruinas, es del enemigo. Todos los edificios del centro están desventrados. Todas las casas de madera han ardido, sin dejar más vestigio que millares de chimeneas ennegrecidas. No pudiendo cruzar el Volga, la población ha huido a la estepa, sin recursos, y millares de civiles soviéticos han muerto de hambre.
«El mapa de estado mayor se traza siguiendo el plano de los edificios cuando se trata de un barrio de la ciudad, y soguiendo el caos de las ruinas cuando se trata de una fábrica.» (Chuikov.)Donde Hitler se burla de su público, es al hacer creer que los combates de Stalingrado ya no son más que asunto de unos cuantos limpiadores de escombros. La totalidad del 51 cuerpo, hinchado hasta nueve divisiones, está sumergida en la batalla de calles. Los mejores elementos del grupo de ejércitos están aspirados por ella. Lejos de tomar el asunto como un dilettante, el Führer tiene prisa de acabar. El 17 de noviembre, en Berchtesgaden, adonde se ha trasladado desde el desembarco angloamericano en Africa del Norte, se dirige a todos los coroneles con mando en Stalingrado. «Conozco las dificultades de vuestra tarea. Las de los rusos no son menores, y los hielos flotantes las van a aumentar. Espero de vuestra energía que aprovechéis esta circunstancia para acabar la conquista de la fábrica de cañones y la planta de acero…»
Los regimientos alemanes responden a esa llamada. El 19 de noviembre, Djerjinski y Barricada están enteramente entre sus manos. Se han conquistado varios centenares de metros de orilla. Los hielos que pasan por el Volga, efectivamente, interrumpen el aprovisionamiento de los defensores. Chuikov hace saber que se le están acabando las municiones, los víveres y la sangre…
El sitio toca a su término. Y entonces llega al jefe del VI ejército una orden completamente inesperada: suspender todos los ataques en el frente de Stalingrado…