El ejército Paulus no combate sólo en Stalingrado. Curvándose como un brazo protector, cierra el istmo que separa el Volga del Don. Franquea este último río, y, volviendo a cortar la curva de Kremenskaia, que sigue siendo de los rusos, se extiende hasta Klietskaia.
Dos cuerpos de ejército, 8º y 11, guarnecen este frente defensivo. Más allá de Klietskaia y hasta las cercanías de Vorónezh, en un desarrollo de 400 km, se alinean los sectores de los aliados de Alemania: rumanos, italianos, húngaros.
Los tres ejércitos son idénticos por su debilidad. Un testigo italiano, que vio pasar en Viena a sus compatriotas de camino hacia Rusia, anotó así su impresión: «Nuestros soldados no tienen un aire muy marcial. Están sucios, mal equipados, y, sobre todo, muy mal encuadrados y armados. Si realmente tienen que combatir contra el ejército ruso, en seguida se encontrarán en mala situación. Nos oprime el corazón…». La motorización de los tres ejércitos es prácticamente nula. El equipo, el vestuario, las transmisiones, el material óptico, etc., son de último orden. La artillería es anticuada. La defensa antitanque no dispone de ningún material superior al cañón de 37 mm hipomóvil. La moral es dudosa. Como los contingentes extranjeros de la Grande Armée, los soldados tienen conciencia de que esa guerra no es suya, y no pueden dejar de sentir las condiciones materiales y morales de inferioridad en que combaten.
Numéricamente, la contribución húngaro-italo-rumana a la guerra es considerable. El II ejército húngaro, el más cercano a Vorónezh, cuenta tres cuerpos de ejército, y el IV ejército rumano, el más cercano a Stalingrado, cuenta cuatro, añadiéndose a los dos cuerpos del III ejército en línea en la estepa calmuca, y a las siete divisiones que combaten con el XVII ejército alemán. Como húngaros y rumanos son enemigos tradicionales, ha habido que intercalar entre ellos al VIII ejército italiano, con cuatro cuerpos, entre ellos el alpino. 32 divisiones, de las cuales 24 en línea en el Don, hinchan así el orden de batalla de la Wehrmacht, pero es una estimación generosa reducir su número a los dos tercios para valorar su capacidad combativa por la norma alemana.
Esos débiles auxiliares, los generales alemanes siempre han pedido que estén «encorsetados», es decir, diluidos en las tropas alemanas. Pero a ello se oponen consideraciones de alta política. Los gobiernos satélites quieren ejércitos constituidos, bajo mandos nacionales. A causa de su débil valor ofensivo, tales ejércitos reciben los frentes pasivos. Tal es la razón por la que la protección de los dos flancos de la ofensiva hacia Stalingrado está confiada casi exclusivamente a los aliados.
Tres frentes, o grupos de ejércitos, rodeaban el saliente de Stalingrado: frente Sudoeste, mandado por Vatutin; frente del Don, mandado por Rokossovski; frente de Stalingrado, mandado por Eriómenko. La idea de la maniobra consistió en atacar simultáneamente en el Norte y en el Sur para cerrar la tenaza sobre la extremidad oriental de la curva del Don. Una concepción más vasta, que hubiera sellado la suerte de toda la derecha alemana, hubiera consistido en apuntar directamente a Rostov, o incluso a Stalino, nudo vital de las comunicaciones enemigas. Ignoramos si se pensó en ella.
«La estepa -dice Platónov- no favorecía la concentración soviética. Sin embargo, conseguimos camuflarla. Todos los movimientos tuvieron lugar de noche. Al primer resplandor del amanecer, las tropas se detenían, se escondían en las aldeas o se escondían en las balkas. Nuestra ofensiva fue una sorpresa total para el mando enemigo.»
Platónov se engaña. El ataque era esperado. La fragilidad del flanco defensivo era desde hacia mucho tiempo una causa de inquietud. Ya en agosto, Hitler había señalado la debilidad de la línea del Don, recordando que el ejército blanco ruso había sido vencido, en 1920, cuando atacaba Tsaritsin, con una ofensiva que llegaba desde el río. Los movimientos en las retaguardias, las concentraciones de tropas en las peligrosas cabezas de puente, habían sido señaladas en múltiples ocasiones. No se discutía, en los estados mayores, más que sobre la cuestión de saber si el golpe caería sobre los húngaros, italianos o los rumanos. «Dormiría mejor -decía Hitler- si el Don estuviera defendido por alemanes.»
Un suboficial alemán dispone a sus hombres en medio de las ruinas de Stalingrado.El 7 de noviembre, en la conferencia del Führer, el nuevo jefe de estado mayor, Zeitzler, dio a conocer un informe de espionaje según el cual cuatro días antes, en el Kremlin, se había puesto a punto una gran ofensiva soviética contra el Don. La única reserva mecanizada, el 48 cuerpo blindado, que se encontraba detrás del VIII ejército italiano, recibió orden de ir a ponerse tras el III ejército rumano. Mandado por el general von Heim, el cuerpo de ejército se componía de la 22 Panzer y de la 1ª división blindada rumana. Esta última, de formación reciente, sólo poseía una cuarentena de tanques checos, débilmente armados con un cañón del 37. La 22, por su parte, estaba lejos de encontrarse en condiciones satisfactorias. Su regimiento de tanques había sido cortado en dos para formar el núcleo de una 27 Panzer, y la mayor parte de los artefactos de reemplazo que había recibido eran Pz. Kw. 2 y 3, incapaces de medirse con el T-34. Además, una sorpresa burlesca esperaba a von Heim. No teniendo reserva de carburante, había dejado los tanques de la 22 Panzer camuflados debajo de paja. Cuando los destaparon, se vio que las ratas, de que hervía la paja, habían devorado los revestimientos de gutapercha y habían dejado fuera de servicio la instalación eléctrica. De los 104 tanques de la división, unos sesenta se deshicieron en un recorrido de 250 km por una ruta cubierta de hielo. Sólo 32 llegaron al nuevo estacionamiento; otros 12 lo alcanzaron en los días siguientes. El 19 de noviembre, el 48 cuerpo blindado, única fuerza de contraataque en la curva del Don, se componía de un puñado de tanques rumanos desparejados y de 44 tanques alemanes.
La noche del 18 al 19 fue fantasmal. La niebla, dicen los testigos, era «como leche». A medianoche, empezó a nevar. A las 4, la artillería rusa empezó un tiro de aniquilación concentrado en dos estrechos sectores uno en la cabeza de puente de Serafimóvich, el otro en la cabeza de puente de Kremskaia. A las 8, surgieron los tanques, llevando grupos de infantes agarrados a sus superestructuras. El ataque del Oeste, V ejército blindado, cayó sobre el 2º cuerpo rumano. El ataque del Este, III ejército de choque, cayó sobre el 4º cuerpo rumano. No eran los rumanos los peores de los aliados. Muchas de sus unidades eran aguerridas; algunos de sus generales eran excelentes; los soldados eran más resistentes, más endurecidos al clima, ideológicamente mejor preparados a una guerra contra la Unión Soviética que los húngaros, y sobre todo que los italianos. Sin embargo, la derrota fue fulminante. La irrupción de los tanques rusos produjo el mismo efecto que la irrupción de los tanques alemanes en Sedán. La desbandada se extendió poco a poco, arrastrando a unidades que ni siquiera eran atacadas. Entre las dos perforaciones, una agrupación al mando del general Lascar se apoyó en el Don, defendiéndose con feroz energía, pero, en conjunto, el III ejército rumano se disgregó. Por los caminos nevados, masas de hombres azotados por la ventisca huyeron locamente. La única defensa era el contraataque. Pero las pérdidas y la dispersión habían debilitado a la Wehrmacht en una medida difícil de concebir. Una intervención espontánea de la 14 Panzer, a la izquierda del ejército Paulus, logró despejar al 11 cuerpo alemán, pero el 48 cuerpo blindado, sacudido entre órdenes contradictorias, se arremolinó en el helado campo de batalla, sumergido por hordas de fugitivos, tropezando en todas partes con fuerzas superiores y acabando por huir para no ser cercado. Von Heim, la mitad de cuyos blindados había quedado fuera de combate por unas ratas, fue hecho responsable del desastre y permaneció encarcelado en la prisión militar de Moabit hasta 1945.
El 20 de noviembre, mientras Vatutin y Rokossovski galopaban al Oeste del Don, Eriómenko atacaba a su vez al Sur de Stalingrado. El 4º cuerpo de ejército alemán sostuvo el choque, pero, como el III el día anterior, el IV ejército rumano se deshizo. El LI ejército soviético corrió hacia Kalach, paso principal del Don, «cuello de botella» vital de las comunicaciones de Paulus. Cuando lo alcanzó, el 22 el puente ya estaba tomado por los soldados de Rokossovski. El elemento de D.C.A. que lo guardaba, y la batería de 155 que lo cubría, estaban tan lejos de esperar una perforación rusa que tomaron a los T-34 que se acercaban al Don por los tanques enemigos capturados que utilizaba la compañía de instrucción de Kalach. Unos minutos después, el puente, intacto, era de los rusos. ¡ El VI ejército estaba copado!
Forjas Octubre Rojo, fábrica de armamentos Barricada, fábrica de tractores Djerjinski, fábrica de productos químicos Lazur, son nombres que han entrado en la historia. aquí, un cañón soviético en lo que queda de la fábrica Octubre Rojo.El mismo Paulus había estado a punto de ser capturado: se encontraba en su puesto de mando de Globulínskaia, a 15 km al norte de Kalach, en la orilla occidental del Don, cuando, a las 14 horas, surgieron los rusos. El estado mayor huyó por el Don helado, abandonando el material de la compañía de propaganda y la vajilla de la cantina. Paulus y su jefe de estado mayor, el general Arthur Schmidt, remontaron el vuelo en dos Fieseler Storch y fueron a posarse en el C.G. de invierno del ejército, en Nizhri-Chirkaia, en la confluencia del Don y del Chir, es decir, fuera de la bolsa lograda por el enemigo. Pocos vuelcos de fortuna han sido tan bruscos. Dos días antes, Paulus podía considerar que la toma de Stalingrado y la victoria que iba a glorificar su nombre ya no eran más que cuestión de horas. La víspera, había recibido del jefe del grupo de ejércitos, capitán general von Weichs, la orden inesperada de volver hacia el Oeste sus unidades móviles. Por la mañana, trataba de comprender qué había podido pasar con tal brusquedad al ejército vecino. Por la tarde, sin haber sido vencido, se encontraba en la situación ridícula de un general separado de su ejército, por haber huido antes que el primero de sus soldados. Salido de la trampa, Paulus creyó por un momento que podría dirigir desde el exterior las operaciones de salvamento de su ejército. Hitler le telegrafió: «El Oberbefehlshaber del VI ejército volverá a Stalingrado. El ejército se establecerá en un frente cerrado y esperará nuevas órdenes». La situación era de las que requieren reacciones instantáneas, iniciativas atrevidas. Las primeras instrucciones de Hitler -dictadas desde Berchtesgaden- imponían esperar y no moverse.
Dispuesto a volar para Stalingrado, Paulus ve aparecer un compañero de desgracia, Hoth, jefe del IV ejército blindado. Lo ha perdido todo, sus unidades alemanas, cercadas en la bolsa de Stalingrado, y sus unidades rumanas, dispersadas por la estepa calmuca. Entre los dos jefes, uno de los cuales representa un ejército aniquilado y el otro va a reunirse con un ejército condenado, los adioses son rígidos, pero cargados de emoción. El pequeño avión de Paulus vuela luego a ras de la llanura blanca, y se posa cerca de la estación de Gumrak, a 15 km de Stalingrado, donde ya funciona el nuevo puesto de mando del ejército.
Paulus es un jefe de estado mayor ejemplar: rapidez de análisis, facilidad de exposición. A las 16 horas, dirige al O.K.H. un lúcido informe sobre su situación. Cercado, el VI ejército conserva una cabeza de puente al oeste del Don, pero su flanco sur está abierto, le falta el carburante y sólo tiene víveres para seis días.
Los vencidos por el frío.Si la exposición es clara, a las conclusiones les falta firmeza. Paulus vacila. En Nizhni-Chirkaia, se ha entablado una discusión. Ponerse en erizo, como quiere Hitler, implica un aprovisionamiento aéreo hasta el momento en que el cerco sea roto por la intervención de un nuevo ejército. El jefe de la IV Luftflotte. Wolfram von Richthofen, ha sido terminante: mantener por vía aérea a 200000 ó 300000 hombres, empeñados en duros combates, supera los medios de la aviación de transporte. El general de D.C.A. Martin Fiebig ha hablado en el mismo sentido, diciendo a Paulus que sólo le queda una cosa que hacer: sacar su ejército de la trampa sin perder una hora. Pero el jefe de estado mayor, Schmidt, ha sostenido una opinión opuesta: una retirada, dice, sería «napoleónica», exigiría el abandono de un material inmenso y 15000 heridos. Indeciso, Paulus se limita a pedir al Führer su libertad de acción y el permiso de abandonar Stalingrado, «en el caso en que el VI ejército no cierre su flanco sur».
Veinticuatro horas después, las ideas de Paulus han evolucionado. La situación le aparece a una luz más sombría, y el nuevo mensaje que dirige al Führer propone una perforación inmediata para salvar al menos «preciosos combatientes». Añade -a riesgo de hacerse acusar de conjuración- que los jefes de sus cinco cuerpos de ejército, Heitz, von Seydlitz, Strecker, Hube y Jaennicke, comparten su manera de ver.
Mientras, el jefe del grupo de ejércitos, von Weichs, ha hablado aún más enérgicamente. El aprovisionamiento aéreo de veinte divisiones, comunica a Angerburg, no puede pretender cubrir más de la décima parte de las necesidades. Cercado, el VI ejército está condenado a perder en unos días la mayor parte de su valor combativo. Una tentativa de brecha provocará la pérdida de una cantidad de material, pero no existe otro medio de evitar un desastre total.
Hitler llega a Rastenburg el 23 a la una de la madrugada. Zeitzler, que le esperaba devorando su impaciencia, oye que le dicen que el Führer está fatigado por su viaje y que sólo le dará audiencia a mediodía. Protesta, invoca la urgencia, consigue hacerse recibir, y, con gran sorpresa, encuentra a un hombre sereno. Trabajando con Jodl, en su tren, Hitler ha hallado un medio de conjurar la crisis de Stalingrado: llamar del Cáucaso a una o quizá dos divisiones blindadas, que volverán a abrir las comunicaciones del VI ejército. Zeitzler replica que hacen falta quince días para transportar una división y que el VI ejército se agotará por completo antes. Pero cuando propone una brecha inmediata, Hitler le pregunta con aire amenazador si piensa entonces en abandonar Stalingrado. Ante la respuesta afirmativa, golpea con el puño y grita varias veces: «¡ No abandonaré nunca el Volga! ¡ No abandonaré nunca el Volga ! «.
Durante el día, las noticias se ensombrecen. La cabeza de puente al oeste del Don se mantiene penosamente. Volviendo a la carga, Zeitzler conmueve a Hitler. A las dos de la madrugada, telefonea a von Sodenstern, jefe de estado mayor del grupo de ejércitos B, que el Führer acepta reconsiderar la cuestión y que dará a conocer su decisión a las 8. «Parece excluido-añade- que esa decisión no pueda ser otra cosa sino la orden de abrir brecha inmediatamente. El VI ejército puede comenzar sus preparativos.» Por una línea telefónica que los rusos cortarán un momento después, Sodenstern comunica la noticia al puesto de mando de Gumrak. Se difunde por la bolsa y causa la sensación de alivio que tendrían unos emparedados que recibieran la primera bocanada de aire fresco.
A las 10, no ha llegado nada al grupo de ejércitos. Inquieto, Sodenstern telefonea a Rastenburg, pero sólo obtiene una invitación inquieta a tener paciencia. Unos minutos más tarde, el escucha de radio capta una orden enviada directamente por Hitler a Paulus. El VI ejército es invitado a organizarse en el frente siguiente: Stalingrado-Norte, Cota 137, Marinovka, Zibenko, Stalingrado-Sur. Eso traza en el mapa una especie de ameba de una sesentena de kilómetros de largo y de una cuarentena de ancho. La cabeza de puente sobre el Don, poterna de evasión, debe ser abandonada. El Führer termina su mensaje diciendo que el VI ejército puede contar con él para su aprovisionamiento suficiente y su desbloqueo a tiempo.
Un cañon de asalto alemán Ferdinand herido de muerte.¡ Así, Hitler no ha podido resignarse a abandonar Stalingrado! Cuando Zeitzler se presentó ante él, a las 8, Hitler tenía en la boca una palabra nueva: die Festung Stalingrad, Stalingrado es una fortaleza. El VI ejército es su guarnición. Una guarnición no abandona la fortaleza que se le ha confiado. «Si es necesario, la guarnición de Stalingrado sostendrá un sitio todo el invierno, y la liberaré en mi ofensiva de primavera.» Cuando Zeitzler intentó demostrar que Stalingrado no tenía nada de fortaleza, Hitler empezó otra vez a golpear con el puño. «¡ No abandonaré el Volga …» Primera y última palabra, ilustración de la servidumbre en que el jefe de guerra está sometido al conductor de masas; del estratega al demagogo. El 9 de noviembre, en Munich, Adolf Hitler pronunció las palabras siguientes: «Lo que tiene el soldado alemán, no hay fuerza en el mundo capaz de arrancárselo…». ¿ Cómo aceptaría verse desmentido tan pronto?
Zeitzler se indigna y grita también:
-¡Mi Führer! Abandonar al VI ejército sería un crimen. Significaría la muerte o la captura de un cuarto de millón de buenos soldados. ¡Más aún! La pérdida de un gran ejército rompería la columna vertebral del frente oriental.
Ante la palabra «crimen» -Verbrechen- Hitler se estremece. Pero sse contiene, llama al S.S. de servicio y ordena introducir al mariscal Keitel y al general Jodl. Declara en tono emocionado que está a punto de tomar una decisión grave y que no quiere hacerlo sin que sus mejores colaboradores le den a conocer su opinión con toda independencia.
- ¿Feldmarschall Keitel?
-¡Mi Führer, no abandone Stalingrado!
Keitel habló en posición de firmes, con voz teatral, los ojos llameantes, Jodl, al contrario, pesa el pro y el contra, pero acaba por concluir que, al menos hasta nueva orden, hay que seguir en Stalingrado.
Interrogado a su vez, Zeitzler mantiene su conclusión: brecha inmediata. Hitler escucha tranquilamente, y luego, con cortesía glacial habla:
«Observará, general, que no soy el único de esta opinión. La comparten dos jefes que le son superiores en grado y en experiencia. Me atengo entonces a la decisión que he tomado. Ordeno defender la fortaleza Stalingrado.»
Sin embargo, hay un punto que lo condiciona todo: la posibilidad de aprovisionar al VI ejército con ayuda de un puente aéreo. Se hizo el invierno anterior para la bolsa de Demiansk, pero ésta contenía menos de 100000 hombres, y Stalingrado contiene el triple.
En los escombros de la fábrica Octubre Rojo.Interrogado, el VI ejército da a conocer que 750 t al día de municiones, de carburante, de forraje y de víveres (40 t únicamente para el pan) representan el mínimo de sus necesidades. Interrogado, el jefe de la aviación de transporte ha respondido que 350 t representan el máximo de sus posibilidades. Según la tradición militar, se considera que la primera cifra es una sobreestimación deliberada y la segunda una subestimación prudente. El eterno ausente, Göring, está en Paris, que encuentra una residencia más refinada que Rastenburg. Consultado telefónicamente, declara que la verdad está en el justo medio. in dem goldenen Mittelweg. Su Luftwaffe está en condiciones de depositar en la fortaleza Stalingrado 500 t por día. Por tanto, puede garantizar la satisfacción de las necesidades esenciales del VI ejército. Su jefe de estado mayor, Jeschonnek, lleva su seguridad a Hitler. Omite tener en cuenta una comunicación de von Richtofen pidiendo que se dé a conocer a Hitler su opinión sobre la imposibilidad del puente aéreo.
Para los cercados, la decisión de Hitler es un golpe terrible. La palabra «fortaleza» puede engañar a un público ignorante, pero la «guarnición» sabe a qué atenerse. Stalingrado está enteramente en ruinas. Las pocas localidades del perímetro cercano están quemadas hasta el suelo. La estepa está rigurosamente desnuda. En el frente norte, se han hecho algunos trabajos de organización del terreno durante el verano, pero los frentes oeste y sur no están marcados ni por una zafia. El suelo helado no se deja excavar. Falta por completo la madera necesaria para la construcción de los refugios. Los soldados no tendrán más que la tela de su tienda como bastión contra el fuego del enemigo y contra ventiscas de -40º. Entre los generales, la primera reacción es un movimiento de rebeldía. El jefe del IV cuerpo, Jeannicke, lanza a Paulus: «-¡Reichenau no obedecería!». Paulus baja la cabeza: «-Ich hin kein Reichenau; no soy ningún Reichenau». Sofoca las protestas de sus subordinados con un argumento sin réplica: un soldado no puede más que obedecer.
Un solo general no se resigna, von Seydlitz-Kurbach, jefe del 51 cuerpo. Estaba tan convencido de la brecha, que había evacuado sus puestos avanzados y destruido todo lo intransportable y lo superfluo, incluidos sus calzoncillos de repuesto y su segundo capote. Redacta para Paulus una nota, exigiendo que se transmita a los escalones superiores. Incluso, sostiene, ni 500 aviones transportando 1 000 t diarias proveerían a las necesidades del VI ejército. Lo que hay que hacer es aprovechar el breve momento en que el enemigo es todavía débil al sudoeste de Stalingrado para perforar en dirección a Kotiélnikovo. «Si el O.K.H. mantiene su orden de resistir sobre el terreno, vuestro deber de conciencia hacia el ejército y el pueblo alemanes os dicta imperiosamente tomar la iniciativa en vuestras manos para evitar una gran catástrofe, la aniquilación de 200000 combatientes y la pérdida de su material. ¡ No hay otra alternativa!»
En el norte de la ciudad, los combates fueron los más sanguinarios y los más encarnizados de toda la guerra. Su intensidad coincide con los meses más duros del invierno: diciembre de 1942 y enero de 1943.El nombre de Seydlitz forma parte de la más alta historia militar prusiana. El Seydlitz de la guerra de los Siete Años, amigo íntimo del gran Federico, está considerado como uno de los mejores generales de caballería de todos los tiempos. Sin embargo, estas líneas, el desafío más atrevido que un jefe haya lanzado nunca a Hitler, son una sentencia de muerte. Seydlitz espera que venga a buscarle un avión para ponerle ante un poste de ejecución. Pero von Weichs ha interceptado el memorándum, y lo que le llega a Seydlitz es la orden de tomar el mando sobre todo el frente Norte de la bolsa. «¿Qué va a hacer? -le pregunta Paulus.- Puesto que usted no desobedece, no me queda sino obedecer.»
El puente aéreo comienza a funcionar. Un centenar de trimotores Junkers despegan de los aeródromos de Tazinskaia y Morozovskaia, en la curva del Don, y tras haber recorrido 200 km, va a posarse en Pitomnik o en Gumrak. Vuelven a salir cargados de heridos. Las pérdidas debidas al enemigo no son al principio muy elevadas, pero las derivadas de las malas condiciones atmosféricas y de la fatiga del material son en seguida muy graves. El rendimiento diario comienza en una cincuentena de toneladas y sólo lentamente se eleva hacia el centenar. La Luftwaffe pide paciencia a los sitiados.
Se cuentan en la bolsa los 4º, 8º, 11, 51 cuerpos de ejército, el 14 cuerpo blindado; las divisiones de infantería núms. 44, 71, 76, 79, 94, 100, 113, 295, 297, 305, 371, 376, 384, 389; las divisiones motorizadas núms. 14, 16 y 24; el 8º cuerpo de D.C.A.; los regimientos de lanzacohetes 243 y 245; 12 batallones de ingenieros del ejército; más 149 formaciones independientes, que van desde la artillería pesada al correo militar; más dos divisiones rumanas y un regimiento croata. Un ejército grande, poderoso y valiente…