En otoño de 1944 la infantería norteamericana intentó sin éxito atravesar las defensas de la línea Sigfrido, en un punto donde los alemanes parecían incapaces de ofrecer resistencia. Se trataba del fantasmagórico bosque de Hürtgen.
Durante septiembre de ese año la guerra en Europa era extremadamente favorable a las fuerzas aliadas. El ejército alemán se retiraba de Francia y abandonaba los Países Bajos forzado por la infinita superioridad del enemigo.
Tras el desembarco de Normandía no cesaban de llegar una enorme cantidad de suministros, carros blindados, aviones y hombres para emprender la carrera hasta Berlín. En el frente soviético los alemanes luchaban contra un rival que no mostraba ninguna piedad en su afán por llegar antes a la capital de Alemania. Por todo esto, algunos mandos aliados pensaban que sus soldados estarían en casa para Navidad. Sin embargo, sus criterios estaban completamente equivocados. La tenacidad alemana se encargaría de demostrarlo.
Entre la frontera de Bélgica y Alemania, al sur de Aquisgrán y al este de Vossenack, envuelto por la niebla y dominado por el frío se encontraba el bosque de Hürtgen. El 19 de septiembre la 3ª División Acorazada y la 9 ª División de Infantería estadounidense llegaron frente a los altos y frondosos pinos dispuestos a entrar en territorio alemán.
Nada más dar sus primeros pasos se dieron cuenta de que ante ellos se encontraban tropas experimentadas y no los inexpertos soldados germanos que habían derrotado con anterioridad. La artillería alemana abrió fuego desde las defensas de la línea Sigfrido, y los estadounidenses quedaron perplejos ante la táctica usada.
Las bombas y granadas eran lanzadas contra las copas de los árboles, lo que se convertía en una lluvia de metrallas al rojo vivo y astillas que caían por todos lados a la velocidad del sonido. Los americanos descubrieron para su desesperación que no existía lugar donde protegerse de semejante granizada de muerte, pese a que cavaron con desesperación intentando crear refugios en el gélido suelo del bosque.
Durante más de un mes la artillería y la aviación aliada machacó las fortificaciones, pero el cemento alemán aguanto más allá de todo lo esperado. El 2 de noviembre la 28ª División de Infantería de Estados Unidos fue enviada como refuerzo ante la imposibilidad de superar las defensas. En once días la unidad fue destruida por completo. Los alemanes la llamaron “División de la palangana de sangre” en alusión al emblema rojo que la distinguía.
Para el 13 de noviembre habían muerto o estaban heridos prácticamente todos los oficiales estadounidenses, ya no existía ninguna moral de combate entre los soldados y se daba por perdida la batalla. Pero el Alto Mando aliado siguió ordenando ataques suicidas impasible ante la muerte de sus hombres. La aviación y la artillería cesaron su apoyo al ser utilizadas en otros frentes. De este modo, los soldados de infantería, con la escasa ayuda de los carros que no podían moverse entre el barro y los árboles, se lanzó inútilmente, una y otra vez, contra las defensas alemanas.
Los hombres comenzaron a desertar abandonando las armas en el lugar de la batalla. Muchos desobedecieron las órdenes y se retiraron a lugares más seguros, en la retaguardia. Los pocos que quedaron en sus trincheras fueron eliminados sistemáticamente por la artillería alemana.
El Alto Mando aliado envió entonces a la 4ª División de Infantería, pero resultó inútil, pues en menos de un mes perdió 7.000 hombres. Su único logro consistió en tomar momentáneamente el observatorio situado en la Colina 400, desde el cual los alemanes controlaban los movimientos enemigos. Sin embargo, fue reconquistada con extrema facilidad. Los Rangers cargaron torpemente a la bayoneta al estilo de la Primera Guerra Mundial contra la cima, y los alemanes simplemente se retiraron para recuperarla de nuevo luchando contra unos soldados destrozados por el esfuerzo físico.
Tras la guerra la Batalla de Hürtgen fue enterrada en el olvido; era una vergüenza para los aliados y una demostración de incapacidad bélica. Oficialmente se intentaron equilibrar las bajas para hacer menos llamativa la derrota: 33.000 aliados y 28.000 alemanes. No obstante, cerca de 50.000 estadounidenses perdieron la vida en esta absurda batalla, y 15.000 alemanes jamás volvieron a sus casas.
Las perdidas alemanes resultaron más significativas, pues no podían ser reemplazas, mientras que un rió de tropas aliadas seguía llegando al continente europeo.