museo de hitler

El resentimiento de Hitler hacia Viena es algo conocido. Sus penurias, el rechazo de la Academia de Bellas Artes hacia sus pinturas, la vida que llevó desde 1908 hasta 1913, año en que sale para Munich, no es algo para desearle a nadie.

Durante sus años en Alemania, y a medida que escalaba posiciones, Hitler iba alimentando su sed de venganza contra la ciudad que lo humilló.

Como dice el dicho, la venganza es un plato que se come frío.

En 1938, al suceder el Anschluss, Hitler tuvo la oportunidad perfecta para vengarse. En marzo de ese año, mientras era triunfalmente recibido en Linz, la ciudad donde pasó su adolescencia, le dijo al doctor Kerl Kerschner, director del museo provincial de Linz: “Haré de Linz la capital artística del mundo. Tendrá los mejores tesoros que puede brindar toda Europa. Haré que los ingratos palurdos de Viena tengan la impresión de que viven en un barrio bajo”.

Fue allí cuando Hitler empezó a construir su sueño de un Führermuseum con todas las riquezas despojadas a los futuros países invadidos.

Sonderauftrag Linz
Führermuseum



Así comenzó la Sonderauftrag (Misión Especial Linz), una misión que reunió al más selecto grupo de ladrones de obras de arte, joyas, oro y demás cosas valiosas que jamás la historia haya conocido. Este plan giraba alrededor de tres personas, además del Führer: Martin Bormann, quien sería el encargado de seleccionar las obras robadas a los países para enviarlas a un depósito seleccionado para ello: una mina de sal del siglo XIV, en la región del alto Danubio (sin contar con las cámaras acorazadas subterráneas construidas en Munich a tal efecto); Alfred Rosenberg, quien colaboraría con Bormann para la organización del saqueo; y Hans Posse (1873-1942), hasta entonces Director del Museo de Arte de Dresde, quien sería el curador del museo.

El primer objetivo de la misión fue el Barón Louis von Rothschild, el hombre más rico de Austria. El barón fue interrogado por Posse y luego despojado de todos sus bienes, como precio colosal de rescate para salir él y su familia del país. Su inestimable colección de monedas de oro fue confiscada, junto con valiosas obras de arte, incluidas pinturas de Van Dyck, Hosbein, Tintoretto y Gainsborough.

Las familias acomodadas empezaron a usar cuentas en Suiza para proteger sus menguados fondos, confiando en la neutralidad de aquélla. Bormann intentó, sin éxito, hostigar a los banqueros suizos para que revelaran la identidad de sus cuentahabientes, sobre todo aquellos susceptibles de decomiso por el gobierno alemán. Los suizos se negaron rotundamente.

Donde caía la Blitzkrieg, llegaban las secciones especiales de la Sonderauftrag Linz. Polonia, Bélgica, Países Bajos… ya los depósitos subterráneos de Munich estaban repletos de oro, joyas y obras de arte. Estaban montando nuevas oficinas para guardar las listas de su ya abultado tesoro cuando les cayó en las manos “el premio mayor”: París.

El Museo del Louvre, el Palacio de Versalles… hasta para los mismos nazis, esto resultaba abrumador. Se tuvo que crear una sección especial para supervisar el saqueo parisino. El elegido fue Rosenberg. Éste, complacido, acometió la tarea, entorpecida por Hermann Goering. El codicioso Reichsmarschall no aguantó la tentación de desviar varios de los carros acorazados cargados de obras de arte para formar su propia colección de arte, la cual guardó en su finca particular, Karinhall, situada cerca de Berlín.

Los tesoros rusos no podían escapar de la codicia de los alemanes. Cuando la Wehrmacht invadió la Unión Soviética, también iban con ella las secciones de la Sonderauftrag Linz. Durante la ocupación del territorio soviético, los nazis se llevaron y, o destruyeron las riquezas de 427 museos. Más de 100.000 obras de arte fueron llevadas a Alemania, en cincuenta trenes especiales cada mes. Además, los bancos de Polonia y Checoslovaquia fueron saqueados, dos tercios del tesoro nacional de Bélgica y los Países Bajos también fueron víctimas del pillaje. En 1944, se calculó que los nazis habían robado la impresionante cantidad de quince mil millones de libras esterlinas a los países ocupados (valor mucho mayor hoy en día). Solamente Goering poseía una fabulosa suma, con las obras de arte que desvió de Francia, exactamente unas 21.903. Muchos jerarcas alemanes tenían los bolsillos (y sus hogares) llenos con el fruto de este gran robo.

Entonces cambió el curso de la guerra.

Con los aliados encima, los nazis trataron de disponer de su botín. Pero era tanto que no sabían cómo. Se dedicaron a esconderlo: minas de sal, monasterios, castillos… todo lo que pudiese poner a buen recaudo el tesoro robado… sin dejarle un escondite seguro a Hitler.

Cuando se creó la famosa organización Odessa, sus integrantes, altos jerarcas nazis como Mengele, Eichmann y Rauff, disponían de mucho dinero. Fue entonces cuando, irónicamente, los bancos suizos, a los cuales se les hostigó inútilmente para que revelaran la identidad de sus clientes, protegieron los fondos de los nazis. Incluso del mismo que los presionó, Martin Bormann. Compraron nuevas identidades, fincas y villas en Argentina, Bolivia, Paraguay y Chile, cuyos gobiernos brindaron seguridad a estos criminales de guerra.

En 1945, con los aliados ya en Berlín, se produjo el robo de banco más chocante de la historia. Eisenhower ordenó asaltar el Reichsbank de Berlín, volar las cámaras acorazadas y transportar el contenido en jeeps y camiones detrás de las líneas norteamericanas. A pesar de las precauciones, se perdieron unos doscientos millones de libras esterlinas en el viaje de regreso. Incluso se dice que, de ese total, soldados norteamericanos cargaron con noventa millones. Nadie fue acusado, ni se recuperó un centavo.

¿Dónde está ese fabuloso tesoro que no pudo ser dispuesto por los nazis? Nadie lo sabe con exactitud. Ni siquiera los mismos países robados quieren admitir la magnitud del saqueo. Por ejemplo, el gobierno italiano admitió ser robado ¡en 1983! Porque se encontraron accidentalmente unos cofres con 540 millones de libras en lingotes de oro, en un monasterio cerca de la frontera italiana con Austria, en junio de ese año. Los italianos reconocieron en público que el Banco Central de Roma fue saqueado en 1944 y los nazis cargaron con 120 toneladas en oro. Dicho sea de paso, los lingotes encontrados generó una reclamación de Yugoslavia, que alegó que los lingotes formaban parte de su propio tesoro nacional, también cargado por los alemanes.

Hace algunos años, la televisión suiza informó que parte del oro italiano se encontraba en manos de Licio Gelli, un poderoso industrial italiano, con conexiones en muchas partes, incluido el Vaticano. Gelli, en tiempos de guerra, fue Oberleutnant de las SS, y luego fue Venerable Maestro de la poderosa logia masónica P2, muy vinculada a la Mafia. En los bajos fondos, a Gelli se le conoce como “Il Burattinaio” (El Titiritero). Se sospecha que tuvo algo que ver con la misteriosa muerte del Papa Juan Pablo I, pero eso, como decía Kipling, es otra historia…

En 1982, submarinistas navales daneses que trataban de localizar oro nazi en el fondo del lago Ornso, en Jutlandia central, fueron tiroteados. Se presumió que el autor de los disparos fue un ex delator de la Gestapo, temeroso de ser descubierto.

Aun queda la interrogante: ¿dónde está ese tesoro perdido? ¿Se atreverán a revelarlo?

La verdad nunca se sabrá por completo. Pero todavía circula por el mundo el oro de los nazis.

Fuentes:
BLUNDELL, Nigel y Roger Boar. “Grandes crímenes sin resolver” (fuente base).
YALLOP, David. “En nombre de Dios”.

Links:
http://residence.aec.at/rax/KUN_POL/UND/BIOS/posse.html
http://www.vor.ru/Spanish/Victory/sp_vict_088.html
http://old.clarin.com/diario/1998/07/02/i-03301d.htm
http://www.portal-ns.com/FAS/arquitec3.htm
http://old.clarin.com.ar/diario/96/12/04/t-03201d.htm

Hans Joachim Marseille

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